Que no se me malinterprete. La fe religiosa no es la única fuente de irracionalidad que desdeña alegremente los descubrimientos de la ciencia. También los son la astrología, por ejemplo, o el avistamiento de ovnis.
Pero el dogma religioso tiene un mayor papel protagonista que cualquier otra en la política pública. Sólo el dogmatismo religioso recibe el apoyo incondicional del gobierno. Por el contrario, el Tribunal Supremo de Justicia no tiene costumbre de elogiar a la nación por su confianza en la astrología.
Por eso en temas tan peliagudos como el de la investigación de las células embrionarias hay que levantar la voz científica para acallar las voces suficientemente influyentes a fin de no enrarecer el debate; sobre todo si estas voces proceden de dogmas indiscutibles, inflexibles, que fulminan los matices y niegan tozudamente la duda y el escepticismo.
En el asunto de las células embrionarias, el punto de vista religioso es simple: entraña la destrucción de embriones humanos. Punto pelota.
Sam Harris explica así lo que es un embrión desde el punto de vista científico:
En ese estadio de desarrollo, a un embrión se le llama blastocito y consiste en unas 150 células reunidas en una esfera microscópica. El interior del blastocito es un pequeño grupo de unas 30 células madre embrionarias. Estas células tienen dos propiedades que las convierten en interesantes para los científicos: como células madre pueden retener un estado no especializado y reproducirse mediante división celular por largos periodos de tiempo (a un conjunto de tales células que vivan en cultivo se le denomina línea celular); las células madre son también pluripotenciales, lo que significa que tienen potencial para convertirse en cualquier tipo de célula especializada del cuerpo humano: neuronas del cerebro y la espina dorsal, células pancreáticas productoras de insulina, células musculosas del corazón, etc.
Esto es lo que sabemos hasta ahora. Y también sabemos que la investigación de las células madre embrionarias precisa de la destrucción de embriones humanos una vez se ha llegado al estadio de las 150 células.
Y entonces interviene la fe en el discurso político (o los científicos con bases bioéticas fuertemente influenciadas por la fe religiosa), presentando todas clase de impedimentos para este tipo de investigaciones que podrían mejorar la vida de millones de seres humanos, porque se preocupan por el destino de un simple puñado de células.
Su preocupación radica en que creen que un zigoto humano (un óvulo fertilizado) debe tener la misma protección que todo un cuerpo humano desarrollado. Después de todo, tales células tienen el potencial para convertirse en un ser humano completamente desarrollado.
Sin embargo, dados nuestros recientes avances en la biología de la clonación, podría decirse lo mismo de todas y cada una de las células del cuerpo humano. Si se mide el potencial de esa manera, el simple acto de rascarse el brazo supondría un genocidio.
La Cámara de Representantes de los Estados Unidos se mostró condescendiente con algún principio poco especificado de la doctrina cristiana (después de todo, nada en la Biblia sugiere que matar embriones humanos, incluso fetos humanos, equivalga a matar a un ser humano) y el 27 de febrero del 2003 votó para prohibir la investigación con células madre.
Vía | El fin de la fe de Sam Harris
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