¿El canto de un ruiseñor es una droga? No, no me refiero a El Pequeño Ruiseñor (eso, sin duda, es una droga dura). Sino a los efectos neurológicos que puede producir el sonido que emite un ruiseñor. La idea de que funciona como una droga, entonces, no es tan descabellada como parece.
Eso explicaría sin duda la razón de que el poeta John Keats (un gran icono en la impresionante saga de ciencia ficción Hyperion) se sintiera inspirado para escribir Oda a un ruiseñor.
Analicemos para qué fin la selección natural modeló el canto de un ruiseñor. Los machos de ruiseñor deben influir en el comportamiento de las hembras y de los otros machos. Algunos ornitólogos sugieren que el canto transmite información sobre la especie a la que pertenece el ruiseñor en cuestión, así como otra información importante para la hembra, como su condición reproductora y demás.
Sin embargo, el canto del ruiseñor podría estar haciendo algo más que informar: podría estar manipulando a la hembra.
El canto del ruiseñor modificaría así el estado fisiológico interno de la hembra tal y como lo haría un botiquín farmacológico.
Existen pruebas experimentales, a partir de la medición de los niveles hormonales de hembras de palomas y canarios en relación con su comportamiento, de que el estado sexual de las hembras es influido directamente por las vocalizaciones de los machos, y los efectos se integran en cuestión de días. Los sonidos que emite un canario macho tienen un efecto sobre la hembra que es indistinguible del que puede provocar un experimentador con una jeringa hipodérmica.
Richard Dawkins sugiere que los ruiseñores, buscando perfeccionar los efectos que causa su canto en el sistema nervioso de otro congénere, practican consigo mismo para probar qué efectos genera en su sistema nervioso determinadas “estrofas”. Es decir, prueban su droga auditiva con ellos mismos, despertando determinados resortes, a fin de afinar al máximo el canto.
Las aves canoras aprenden a cantar de esta forma, comparando “estrofas” de prueba con una “plantilla” impresa en su cerebro, una noción preprogramada de cómo “debería” sonar el canto de su especie.
Para completar el circuito, quizá no sea tan sorprendente que el canto del ruiseñor pudiera haber actuado como una droga sobre el sistema nervioso de John Keats. El poeta no era un ruiseñor, pero sí un vertebrado, y la mayoría de drogas que tienen algún efecto sobre los seres humanos tienen un efecto comparable sobre otros vertebrados. (…) ¿Deberíamos indignarnos, en nombre de Keats, por tal comparación? No creo que el propio Keats lo hubiera hecho, y menos aún Coleridge. La “Oda a un ruiseñor” acepta la implicación de la analogía de la droga, la hace maravillosamente real.
Vía | Destejiendo el arco iris de Richard Dawkins
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