La inclinación de la Tierra en su rotación influye en el sexo, es decir, que el impacto gradual que esta inclinación tiene a diario sobre la longitud del día, el llamado “fotoperiodo”, determina la estacionalidad sexual de muchísimos vertebrados.
A pesar de que la temperatura, la dieta o la lactancia influyen sobre los mamíferos, la faceta sexual se rige por el fotoperiodo, como bien saben los ganadores o los criadores de caballos de carreras. Cuantas más horas de luz haya, más probable es que los animales tiendan a reproducirse, así como el hecho de que haga más frío o más calor.
La estacionalidad de la reproducción y por lo tanto la función del fotoperíodo, tienen el objetivo de garantizar de alguna forma que los nacimientos de las crías se produzcan en una época del año favorable para su desarrollo. Tal y como lo explica jocosamente Jules Howard en su libro Sexo en la Tierra a referirse a la cría de un carnero:
Encerradlo en una cabaña. Jugad con las luces varias semanas y conseguiréis que sus testículos se inflen y desinflen como dos gaitas en stop motion. En las células de ese carnero, las oscilaciones diarias en la cantidad de proteínas (determinadas por la luz azul del alba y el ocaso) se miden de manera inconsciente para determinar los cambios en la longitud de los días. El reloj circadiano no se detiene. Los ojos son los receptores de esta información, pero no a través de los habituales bastoncillos de la retina, curiosamente, sino de otro tipo de células: las células ganglionares fotosensibles, que reaccionan ante un fotopigmento, la melanopsia, muy sensible precisamente a esas condiciones lumínicas.
Imagen | Pixabay
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