Hay temas espinosos que no tienen una única respuesta. En los que difícilmente alcanzaremos un consenso (que no un acuerdo para la convivencia). En los que se establecen líneas arbitrarias y no verdades unívocas. En los que la intuición moral es tan poderosa que no solo puede aludirse a la razón.
El aborto es uno de esos temas. Para quienes estar a favor, se pone en la balanza pros y contras; o quizá se establece que hay una línea en la que podemos considerar persona a un conglomerado de células (por ejemplo, un pro abortista no está a favor de matar niños, solo fetos). Para quienes están en contra, sin embargo, pesa más la intuición moral: hay asuntos intocables, aunque no respondan a razonamientos metódicos.
Fundamento de Santidad
Todos tenemos intuiciones morales. Consideramos que hay cosas que están bien o mal con independencia de que sean racionales, prácticas o explicables. Por ejemplo, si vemos a una enfermera que acaricia con ternura a un paciente en coma mientras realiza su trabajo, consideraremos intuitivamente que esa enfemera es buena en su profesión, se implica, es moralmente confiable. Y eso lo mantendremos aunque sepamos a ciencia cierta que el paciente no está sintiendo nada, es decir: que no importa si la enfermera lo acaricia o no para realizar correctamente su trabajo. Y sin embargo... nos gusta que la enfermera se conduzca de esta manera.
Este es solo un ejemplo límite para dilucidar cómo funcionan nuestras intuiciones morales. Una serie de la HBO, The Terror, pone de manifiesto de hecho las dos posturas morales que se pueden adoptar frente a un problema: la ideal o la consecuencialista. En la serie, vemos cómo un grupo de personas deben andar cientos de kilómetros de paisaje yermo sin apenas contar con provisiones. El ideal considera que hay valores morales intocables, aunque acarreen un problema: debemos cargar con los heridos o enfermos aunque eso suponga que la marcha se ralentice y, al final, todos mueran. El consecuencialista considera que hay que sobrevivir a toda costa y no duda en dejar atrás a heridos o enfermos (o incluso acepta comer sus cuerpos) a fin de lograr el bien máximo para el máximo número de personas.
El ideal es probable que acabe muerto, así como todos los que le siguen. El consecuencialista seguramente acabará vivo, y también una parte de los que no quedaron heridos o enfermos. ¿Qué mundo preferimos? No existe una respuesta correcta. En función de nuestra respuesta, tenderemos a tener intuiciones morales más desarrolladas en uno u otro sentido. Baste decir que el protagonista de The Terror es el ideal, y el consecuencialista es el villano. El protagonista, sencillamente, afirma en un momento dado de la serie que prefiere morir siendo humano que sobrevivir siendo inhumano.
Es decir, que para los idealistas el bien común (obtenido de un cálculo racional) no es lo más importante, sino los valores en lo sustentan su convivencia con los demás (obtenidos de intuiciones morales).
Estas intuiciones morales que construyen valores intocables, alejados de un escrutinio racional profundo, han sido designados por el psicólogo de la Universidad de Nueva York Jonathan Haidt, autor de La mente de los justos, como "fundamento de Santidad".
Fundamento de Santidad
Según Haidt, el fundamento de Santidad permite desarrollar la psicología de lo sagrado, en el sentido de que otorgamos valores importantes a cosas que objetivamente no lo tienen:
¿Por qué las personas de manera tan natural tratan objetos (banderas, cruces), lugares (La Meca, un campo de batalla relacionado con el nacimiento de su nación), personas (santos, héroes) y principios (libertad, fraternidad, igualdad) como si tuvieran un valor infinito?
Según Haidt, esto sucede por las intuiciones morales basadas en el fundamento de Santidad. La psicología de lo sagrado promueve que si alguien profana uno de los pilares sagrados que sustentan la comunidad, la reacción sea emocional, colectiva y punitiva.
También el fundamento de Santidad nos inclina a considerar el cuerpo humano algo más que un trozo de carne o un objeto, y que una vida humana es extraordinariamente valiosa, sea de quien sea, y aunque solo sea una. Esto sucede con independencia de si creemos en Dios o no: todos tendemos, en mayor o menor medida, a considerar que algunas cosas, acciones y pesonas son nobles, puras y elevadas, y otras son sucias y profanas y nos producen asco moral.
Lo que sí es cierto es que las personas conservaoras, sobre todo conservadoras religiosas, tienden a hablar más del fundamento de Santidad de la vida. Tienden a ver más un cuerpo como algo que debe preservarse y no solo como una máquina que hay que optimizar o algo de lo que podemos disponer discrecionalmente para nuestra diversión.
Esto no significa que los conservadores sean mejores personas (de hecho, en las cárceles hay más creyentes que ateos, porcentualmente hablando). Solo significa que tienen una cosmovisión distinta. Que sienten las cosas de forma diferente. Que les suscita rechazo aspectos que otros consideran perfectamente juiciosos.
Considerar que el cuerpo humano es algo más que un trozo de carne es una ilusión, no es la realidad, porque todos nosotros somos trozos de carne, conjuntos de células, con tanto valor per se como una mesa o un árbol. Que consideremos al ser humano algo especial o diferente (y no a un pulpo o a una bacteria) es solo un consenso basado mayormente en el fundamento de Santidad.
Unos, no obstante, tienen este fundamento más presente que otros. Otros lo degradan para que sus otras ideas no resulten contradictorias con su ideología política, la moda o corriente filosófica que han adoptado, su reputación social o cualquier otro factor que constituya nuestro pack ideológico, es decir, la imagen que construimos de nosotros mismos para vivir en comunidad, y también para mirarnos al espejo sin sentir horror.
Es decir, alguien que cree en el alma, por ejemplo, le resulta menos difícil considerar un cuerpo humano como algo especial; alguien que no cree en ella, tiene que hacer más contorsiones cognitivas para llegar a la misma conclusión. El alma probablemente no existe (no hay pruebas científicas de ello), pero eso no importa. Lo que importa es que creer en algo intangible puede llegar a asumir más fácilmente otras ideas adyacentes, también intangibles, y viceversa.
La mayoría de controversias en temas bioéticos se basan en el grado de fundamento de Santidad que albergamos, porque todos lo tenemos hasta cierto punto: por eso los que están a favor del aborto probablemente preferirán no ver demasiados detalles del proceso, o no admitirían comerse un feto a la brasa, a pesar de que se prometa que esa carne es muy nutritiva y no constituye ni por asomo una persona (todavía).
Nuestras intuiciones morales se moldean arbitrariamente en función de las interacciones culturales en las que debemos prosperar. Unas no son más valiosas que las otras en valores absolutos. No existe una respuesta correcta o una equivocada. Todo depende de lo lejos que queramos llegar en nuestro análisis. Todo es una mezcla de razón, datos científicos, intuiciones y convivencia. No es una guerra cultural entre creyentes y ateos, entre conservadores y religiosos. Es solo una tensión natural entre quienes consideran que la última de Star Wars fue una buena película y quienes consideran que no lo fue en absoluto. Una tensión buena para que nunca demos nada por sentado y podamos vivir intelectualmente galvanizados.
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