Todos hemos visto en infinidad de películas de espías aquella escena de un agente secreto llegando a su base de operaciones. Entonces, para obtener la entrada, el agente debe dejarse escanear el iris (que es único en cada persona) y, si realmente las instalaciones son top secret, es probable que también permita el escaneo de sus huellas digitales.
Pero todos esos sistemas de identificación ya han quedado anticuados, por previsibles. Las nuevas tecnologías de autentificación biométrica empiezan a alcanzar niveles que jamás creíamos posibles, en el que incluso se mide el tipo de olor que desprende nuestro cuerpo.
Las primeras manifestaciones de la biometría en la historia se remontan a la China del siglo XIV. Según Joao de Barros, explorador y escritor, los comerciantes chinos estampaban las impresiones y las huellas de la palma de las manos de los niños en papel con tinta.
En Occidente habríamos de esperar hasta 1883, cuando Alphonse Bertillon, jefe del departamento fotográfico de la policía de París, desarrolló un sistema para indentificar criminales midiendo ciertas longitudes y anchuras de la cabeza y del cuerpo, así como registrando marcas individuales como tatuajes y cicatrices. Atrás quedaron esos retratos del Lejano Oeste en los que ponía Wanted.
Pero, actualmente, la biométrica permite ir mucho más lejos. He aquí los últimos ejemplos:
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Oído: el sonido que penetra en la oreja y su retorno es único, pues cada uno de nosotros tenemos una forma diferente de la estructura del oído interno. Este tipo de biometría sería muy útil, por ejemplo, para identificar a sospechosos a través del teléfono móvil. O quizá serviría para evitar el robo de teléfonos: en cuando el teléfono percibiera que otra oreja distinta a la de su dueño en contacto con él, se inutilizaría o daría la voz de alarma.
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Olor: las narices electrónicas, gracias a un programa creado en la Universidad de Bolonia, podrán convertirse en una herramienta de identificación de las personas gracias al olor corporal que desprenden. Como todos sabéis, cada persona huele de una manera distinta, sobre todo cuando mantiene unas condiciones higiénicas mínimas.
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Manera de caminar: la forma de andar y correr también son únicos en cada persona. A veces, somos capaces de identificar a alguien sin verle la cara, sólo por su forma de acercarse o alejarse de nosotros. Sin embargo, la tecnología que es capaz de hacer esto todavía no es muy fiable: el ángulo de la cámara puede variar el resultado.
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Rodilla: ¿os imagináis un registro de rodillas mundial? Pues no debería sonaros tan extravagante si tenemos en cuenta que la detección de rasgos únicos en esta articulación permite una fiabilidad en la identificación que supera incluso a la de las huellas dactilares (la probabilidad de igualdad entre dos huellas es de 1 entre 67 billones) y el iris. Expertos de la Universidad de Nueva York ya han creado el primer sistema de identificación de rodilla.
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Impulsos cerebrales: no medirán lo que pensamos, pero casi: de alguna manera identificarán nuestra forma de pensar, la particular configuración de la actividad de nuestro cerebro. Una empresa española, Starlab, ya comercializa un detector portátil de esta señal tan íntima.
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ADN: sin duda, cuando se implante este sistema biométrico será el más fiable de todos cuantos conocemos, además de ser también el más barato y rápido. Me pregunto si, en todo caso, servirá también para resolver conflictos de identidad entre hermanos gemelos univitelinos y evitar situaciones como la acaecida en 2009, en Alemania: se levantó la orden de arresto de dos gemelos al no poderse demostrar cuál de los dos fue el autor de un robo de joyas en Berlín dado su extraordinario parecido (ADN incluido); ignorándose para siempre quién de los dos es Jeckyll y quién, Mr. Hyde.
Vía | Quo
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