Hoy vamos a hablar de inteligencia. Pero de la inteligencia emergente. También vamos a hablar del moho, el que estamos acostumbrados a ver en algún confín rural o suburbano del mundo. En la parte húmeda y por lo general fresca de un bosque en un día seco y soleado. En el abono del jardín, donde detectaremos una sustancia viscosa que recubre la superficie de un trozo de corteza en descomposición, por ejemplo. Es una masa de color anaranjado rojizo.
Es el moho del fango (Dictyostelium discoideum) es un organismo ameboideo que en agosto de 2000 fue entrenado por un científico japonés llamado Toshiyuki Nakagaki para encontrar el camino de salida más corta de un laberinto.
Pero ¿cómo se puede entrenar el moho del fango, en apariencia una masa sin nada parecido a inteligencia elevada, para subsanar un problema que quizá muchos de nosotros no seríamos capaces de resolver? La respuesta es la inteligencia emergente, la misma que guía a las colonias de hormigas o al crecimiento de las ciudades.
Lo que hizo Nakagaki fue colocar el moho en un pequeño laberinto que tenía cuatro posibles salidas, situando alimento sólo en dos de ellas. El moho del fango es un organismo muy primitivo, pariente cercano de los hongos comunes, sin sistema cerebral central. Pero consiguió dar con una ingeniosa solución para recorrer el camino óptimo a fin de conseguir su alimento.
El moho adelgazó su cuerpo a través del laberinto de manera que pudo interconectar directamente las dos fuentes de alimento.
Según los científicos que tratan de entender los sistemas que usan componentes relativamente simples para construir inteligencia superior, el moho del fango llegará a ser considerado el equivalente de los pinzones y las tortugas que Darwin observó en las islas Galápagos.
Así pues, al pensar en esta masa aparentemente inteligente uno no puede sacarse de la cabeza el mítico blandiblub. Y es que, aunque parezca paralizada en el tiempo, si observamos este moho durante varios días, descubriremos que se desplaza muy lentamente por el suelo. A una velocidad que resultaría insoportablemente lenta para un caracol.
Si las condiciones climáticas cambian y el tiempo se vuelve más húmedo y frío, entonces el moho puede haberse esfumado del lugar donde lo dejamos. ¿Qué ha pasado con él? El misterio es más importante de lo que parece. Según Steven Johnson:
Es verdad, el comportamiento del moho del fango es tan extraño que para comprenderlo fue necesario pensar más allá de los límites de las disciplinas tradicionales; de ahí el por qué se necesitaron los instintos de una doctora en Biología Molecular y de un doctor en Física para desvelar el enigma del moho del fango. Porque no hay tal desaparición en el suelo del jardín. El moho del fango pasa buena parte de su vida como miles de organismos unicelulares distintos; cada uno se mueve independientemente de sus otros compañeros. Bajo las condiciones adecuadas se producirá la coalescencia de esas miríadas de células en un solo organismo mayor que comienza a reptar pausadamente por el suelo del jardín consumiendo a su paso hojas y cortezas en descomposición.
Cuando el entorno es menos favorable, el moho del fango se comporta como un organismo aislado; cuando el tiempo es más frío y el moho dispone de una cantidad de alimento mayor, “él” se transforma en “ellos”.
Es decir, el moho del fango oscila entre ser una criatura única y una colonia. Por esa razón, ha atraído la atención de disciplinas tan dispares entre sí como la embriología, las matemáticas o las ciencias informáticas. Porque ofrece un ejemplo fascinante del comportamiento de un grupo coordinado del que brota inteligencia emergente de alto nivel. De algún modo, es lo que ocurre con las células de nuestro cuerpo:
Si lográsemos descifrar cómo se las arregla el Dictyostelium, quizás encontraríamos también las claves de nuestra desconcertante unidad.
Vía | Sistemas emergentes de Steven Johnson
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