Aunque nos empecinamos en dividir a los seres humanos en razas (o más eufemísticamente, en etnias), lo cierto es que tal división, a la luz de los conocimientos que atesoramos, ya no tiene sentido, ni siquiera utilidad. Más todavía: la permanencia equívoca de tal división puede seguir siendo una fuente inagotable de problemas raciales.
Por ejemplo, en Estados Unidos sólo el 10 por ciento de sus habitantes son considerados inequívocamente negros (ni os atreváis a mencionar la palabra nigger, negrata, seguramente la más políticamente incorrecta del momento). Es decir, que ni siquiera un 10 por ciento de la población americana tiene ascendencia africana, y su color de piel, además, no acostumbra a desentonar con el de muchas personas que todos consideramos como blancas.
Mirad algunas fotografías de Colin Powell y comparadlas otras de Bush o de Rumsfeld, veréis que en algunas Powell presenta un color de piel más blanco a pesar de considerarse negro. Pero si nadie supiera que Powell es negro y posará con otro hombre de piel más oscura, entonces la gente creería que Powell es blanco.
Esta pequeña anécdota pone de manifiesto el afán de la sociedad por clasificar racialmente a los individuos, incluso a los que son hijos de padres de distinta raza. Cada vez hay más mestizaje, pero nos resistimos a catalogar a nadie de mestizo. O es negro, o es blanco, o es chino, y así.
Si queremos ser puros en nuestra apreciación racial, primero debemos aceptar que todos somos africanos. Si pasamos por alto este detalle, luego, por supuesto, existen europeos cien por cien europeos, por supuesto. Pero mucha más gente de la que imaginamos tiene antepasados negros y blancos, los mismos que usan un factor tan equívoco para catalogar a los demás como el color de su piel.
Es verdad que en todas las culturas presentan coincidencias sustanciales a la hora de categorizar colores. Da igual donde nazcas, asignarás un nombre concreto a una longitud de onda concreta por motivos biológicos y psicológicos. Pero no por motivos físicos: no existen discontinuidades entre las longitudes de onda del espectro físico, sólo decidimos poner el nombre de azul y verde, aunque muchas veces no sepamos muy bien diferenciarlos y no dispongamos de un nombre para el color que bascula entre el azul y el verde. Tendemos a los absolutos. No estamos para matices ni gradientes. Pero los matices y los gradientes, a nivel físico, existen. Y también existen en el ámbito de las apreciaciones raciales, tanto en el color de la piel como en otras.
Ante un amplio espectro interracial, las percepciones de los observadores diferirán entre sí de tal forma que será imposible determinar una correlación entre observadores, esa técnica que se emplea en el ámbito estadístico para determinar si existe una base fidedigna sobre la que fundamentar un juicio o una idea predeterminada.
Más información | Wikipedia En Genciencia | La falacia del racismo: las razas no existen (II)
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