Geoff Parker, de la Universidad de Liverpool, fue quien acuñó el término "competición espermática" para referirse al descubrimiento que hizo en la década de 1970 en una plasta de vaca. Concretamente, mientras observaba las hembras de la mosca del estiércol advirtió que a menudo copulaban con un macho, y luego con otro, y así sucesivamente.
Parker dedujo entonces que, frente a tamaña mezcla de esperma, los machos deberían haber sufrido adaptaciones para optimizar su propio esperma frente al resto, ya fuera fortaleciéndolo (en tamaño o cantidad) como destruyendo el de sus rivales. Las predicciones de Parker resultaron ciertas, y además aplicables a las especies animales en las que existía promiscuidad femenina o poliandria.
Las adaptaciones del semen en este contexto de esta "competición espermática" se han ido descubriendo progresivamente, y las recoge con su particular gracejo Olivia Judson en su libro Los consejos sexuales de la doctora Tatiana para el conjunto de la Creación. Probablemente el esperma más estudiado sea el de la mosca de la fruta, que es capaz de reducir la líbido de la hembra, matar esperma de machos rivales e incluso acelerar el ciclo reproductivo de la hembra para alejarse de las zonas de apareamiento.
Pero no son los únicos animales que emplean secreciones sexuales y espermáticas diversas para librar la competición espermática, tal y como escribe el divulgador Jules Howard en su libro Sexo en la Tierra:
Los hay ganchudos (como el de los koalas, los roedores y los grillos, por poner tres ejemplos) y también planos y circulares (como el de los proturos); giratorios (cangrejos de río), en forma de espiral (algunos caracoles), barbados (algunas termitas) y reptantes (gusanos), y eso por no haber de la gran cantidad de criaturas que expulsan su esperma en asociación (los escarabajos de agua, los milpiés, las caracolas y las zarigüeyas, entre otros).
¿También hay guerra espermática humana?
Entre los humanos, dado que las mujeres también pueden acostarse con otros hombres, también existe una batalla espermática a nivel microscópico. Además de la simple carrera hacia el óvulo, hay una batalla para evitar que otros hombres se apropien del claustro materno al que tenemos dirigido nuestro interés:
Llevamos en nosotros muchos de los atributos de la competición espermática, hasta tal punto que solo entre un uno y un cinco por ciento de lo que eyaculamos los humanos son en realidad espermatozoides: el resto es un cóctel de neurotransmisores, endorfinas e inmunosupresores, cuya única finalidad es la de combatir espermas rivales, potenciar la receptividad femenina (mediante una hormona llamada serotonina) e incluso provocar somnolencia (a través de otra, la melatonina).
Así de polivalente es el semen. Y si queréis saber más cosas sobre él, nos os perdáis la lectura de ¿Cuántos espermatozoides expulsan diferentes especies de animales? o ¿Cuál es la esperanza de vida de un espermatozoide después de la eyaculación?