Las amebas son organismos unicelulares diminutos que, por poco, podrían ganar el título a Ser Vivo Más Sencillo del Mundo. Sin embargo, nunca tienen problemas de vivienda, a diferencia de los seres humanos, pues son capaces de diseñarse y construirse sus propias casas. Ya en 1757, el naturalista austríaco Johann Rösel von Rosenhof describió y dibujó una amenba por primera vez, llamándola Proteus, en alusión al dios griego que podía cambiar de aspecto a voluntad.
Una ameba no es más que una membrana externa llena de un fluido acuoso que rodea un núcleo con material genético. No tienen forma fija, pero sí una parte anterior y una posterior, y se desplazan en dirección a la comida. Se reproducen dividiéndose en dos. Y una rama de la familia de las amebas construye refugios portátiles. Para ello, traga gránulos microscópicos de arena y, cuando tienen los suficientes, los unen gracias a una forma de cemento orgánico que segregan. Nadie ha conseguido observar el proceso, de modo que se desconoce exactamente cómo lo hacen.
Todas las casas tienen el tamaño aproximado del punto con el que termino esta frase.
Tal y como explica John Lloyd en El nuevo pequeño gran libro de la ignorancia, lo más curioso es que cada especie de ameba construye su vivienda con un estilo determinado:
La ameba Difflugia coronata construye viviendas con forma de globo, con una entrada redondeada y ocho puntas, como los alerones de una nave espacial de la década de 1950, en la parte trasera. La Difflugia pyriform construye una urna en forma de pera. La Difflugia bacillefera, un tubo en forma de puro. (…) ¿Cómo es posible que hagan todo esto si carecen de cerebro e, incluso, de sistema nervioso?
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