En una de mis series favoritas de la infancia (Teresina S.A.), una de las ancianas protagonistas arguye que no es necesario, a su edad, ducharse a menudo, porque los ancianos huelen de una forma típica que no es ni buena ni mala, sino la que es. Y hasta cierto punto tenían razón.
Porque la gente de más edad desprende un olor corporal distinto al de la gente joven. Es al menos lo que sugiere un estudio publicado el 30 de mayo de 2012 por PLoS ONE, en el que un equipo de investigadores suecos y estadounidenses tomaron muestras de olor de tres categorías de edad muy distinta: sujetos de 20 a 30 años, sujetos de 40 a 45 años y sujetos de 70 a 95 años.
Las muestras eran camisetas equipadas con compresas cosidas a la altura de las axilas que los sujetos debían llevar durante cinco noches seguidas. La única norma es que todos debían ducharse antes de meterse en la cama, y también se secaran con toallas lavadas con lejía sin olor, no bebieran alcohol, no fumaran, no comieran platos con especias ni alimentos que se sabe que alteran el olor corporal.
Las compresas se almacenaron a -80 ºC, y luego se cortaron en fragmentos del mismo tamaño que se introdujeron en tarros de cristal. Un grupo de personas debía entonces husmear el interior de los tarros y anotar la intensidad del olor y si resultaba agradable. Tal y como lo explica Pierre Barthélémy en su libro Crónicas de ciencia improbable:
Para sorpresa de los investigadores, los efluvios de los de edad más provecta se percibieron como los menos intensos y los más simpáticos. Probablemente porque los cobayas, ignorando de quién procedían, los calificaban sin un a priori negativo. Loas mismas “narices”, en otra prueba, fueron capaces de diferenciar las muestras “viejas” de las demás aunque les fuera mucho más difícil reconocer a un “joven” o a uno de “mediana edad”.
Imagen | Nicolas Alejandro Street Photography
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