Nuestro cerebro está siempre drogado: ¿cómo sacarle partido? (y II)

Nuestro cerebro está siempre drogado: ¿cómo sacarle partido? (y II)
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La mejor forma de comprender cómo mejoraría nuestra vida al conocer y hasta anticipar la secreción de sustancias químicas específicas en nuestro cerebro es mediante el siguiente ejemplo.

Imaginad que decidimos tomar un secante de LSD y, poco después, notamos la esperable confusión sensorial, colores derramándose, ataques de lucidez y de miedo, etc.

Imaginad que, otro día, esa misma dosis de ácido es ingerida por vuestro cuerpo sin que tengáis conocimiento de ello. Por ejemplo, alguien la ha diluido inadvertidamente en vuestra bebida. Y de repente, sin motivo aparente, vuestro mundo se transforma en un carrusel de alucinaciones, tal y como le sucedió a Albert Hoffman cuando sintetizó sin saberlo el LSD, convirtiendo su regreso a casa en bicicleta en un paseo de pesadilla.

Como nosotros no somos Hoffman, en ambas situaciones habríamos sido modificados neuroquímicamente por la misma droga, sí, pero en el segundo escenario no controlaríamos nada, ignoraríamos qué nos pasa y la razón de ello, y lo que pudiera haber sido una experiencia recreativa estimulante o iluminadora se ha convertido en una experiencia probablemente más desagradable.

Habla Steven Jonson en La mente de par en par:

La diferencia entre dos situaciones entre estas dos situaciones es simplemente la siguiente: la droga no cambia, pero nuestro conciencia de la droga y de sus efectos, sí. Saber que unas setas alucinógenas son capaces de transformar una alfombra oriental en un nido lleno de serpientes hace más fácil disfrutar de las serpientes y reconocer su naturaleza ilusoria. No podemos obligar a nuestro cerebro a que deje de alucinar; pero sí podemos consolarnos con el pensamiento de que la alucinación es un efecto normal de la droga que hemos tomado. Y este consuelo cambiará sin duda nuestra conducta de manera profunda: en vez de salir corriendo de nuestra casa entre gritos de “¡Serpientes!, ¡Serpientes!”, o de acudir en busca de ayuda a un centro de salud mental, nos sentaremos tranquilamente y nos reiremos. Comprender toda la gama de efectos de una droga cambia la experiencia de tomarla.

Lo mismo puede aplicarse a las drogas endógenas. Cuando la oxitocina provoca esa tranquilidad y ese estado casi ausente en una madre que hace poco que ha parido, por ejemplo. O cuando somos invadidos por la adrenalina al recordar un acontecimiento traumático. Imaginad, en este último caso, que, presos de la ansiedad, nos sentamos y nos decimos: no pasa nada, sólo son las hormonas. La sensación no desaparecerá, claro, pero sus efectos serán mucho menos paralizadores.

Tener en cuenta a nuestras drogas endógenas naturales puede contribuir también a que descubramos nuevas categorías psicológicas, como si de repente escucháramos el bajo que suena en una banda de música, que hasta entonces nos había pasado inadvertido entre todos los instrumentos musicales.

Johnson pone el ejemplo de que al estar triste también se sentía torpe, sin ideas, lo cual alimentaba más su tristeza, hasta que descubrió unos estudios neuroanatómicos de Antonio Damasio que demostraban que la tristeza precisamente paralizaba la región del cerebro encargada de producir nuevas ideas y la viveza mental en general: la corteza prefrontal.

Al conocer esto, Johnson se seguía sintiendo triste cuando estaba triste, pero ya había dejado de sentir que, además, perdía confianza en sus cualidades intelectuales (lo que antes agravaba su tristeza).

En vez de preguntarme si he perdido la agilidad mental que tenía antes, simplemente espero a que pase todo. Sólo tengo indicios esporádicos de esta conclusión, pero siento que mis crisis de tristeza se han vuelto más breves con este nuevo descubrimiento, pues el ciclo de la duda ha desaparecido.

Vía | La mente de par en par de Steven Johnson

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