Los investigadores introdujeron un juego que se basaba en tirar una moneda y, según cómo cayera, el investigador le entregaba una uva que le había enseñado previamente o le entregaba un premio de una uva extra.
El otro juego consistía en enseñar previamente dos uvas, y si el tiro de la moneda no era favorable, entonces el investigador retiraba una uva y sólo entregaba una uva al mono.
En ambos casos, los capuchinos recibían el mismo número de uvas, por término medio. Pero el primer juego se presentaba como una potencia ganancia, mientras que el segundo se presentaba como una posible pérdida. De manera asombrosa, la reacción de los capuchinos fue muy humana:
En cuanto los monos se dieron cuenta de que el investigador de las dos uvas se quedaba a veces la segunda uva, y que el investigador de una sola uva a veces añadía otra, los monos prefirieron claramente al investigador de una sola uva. A un mono racional no le hubiera importado, pero estos monos irracionales padecían lo que los psicólogos llaman “aversión a la pérdida”. Se comportaban como si el sufrimiento de perder una uva fuera mayor que el placer de ganar una.
Es decir, como muchos de los seres humanos que trabajan en Wall Street.
Pero todo esto sólo fue la punta del iceberg. Después de introducir el capitalismo en el mundo de aquellos capuchinos, los investigadores empezaron a advertir comportamientos muy extraños. Tan extraños que las autoridades que supervisaban el laboratorio empezaron a temer que el experimento podría dañar la estructura social de aquellos capuchinos.
Uno de los monos, en vez de coger las 12 monedas de la bandeja para comprar comida con ellas, las lanzó todas a la jaula común y salió corriendo de la cámara de pruebas, detrás de las monedas. Como una especie de atraco a un banco seguido de una fuga de prisión.
Cuando los investigadores trataron de recuperar las monedas, los monos se negaron a entregarlas. Sólo lo hicieron tras sobornarles con golosinas.
Más tarde, en un rincón de la jaula, los investigadores observaron otro fenómeno originado por el uso de vil metal por parte de los monos. En apariencia, parecía un caso de altruismo, porque uno de los monos, en vez de entregar su moneda a los humanos para obtener golosinas, se acercó a una mona y le dio la moneda a ella.
¿Qué bonita imagen, verdad?
Sí, hasta que justo un momento después, los dos capuchinos se entregaron al sexo febril. ¿El mono había pagado por sexo a la mona? ¿Era un caso de prostitución simiesca? ¿O tal vez la mona se había excitado al descubrir que el mono tenía dinero?
Y después, sólo para demostrar lo bien que los monos habían asimilado el concepto de dinero, en cuanto terminó el sexo (duró sólo unos ocho segundos; son monos, después de todo), la capuchina que había recibido la moneda se apresuró a llevársela a Chen para comprar unas uvas.
Vía | Superfreakonomics de Steven D. Levitt y Stephen J. Dubner
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