Cuando nos dirigimos a los bebés, solemos hacerlo así: "hooolaaa, bebeeee, ¿quién es el más guapooo?" Es la llamada lengua de trapo, Lengua Adaptada de los Niños o maternés (si nos guiamos por una traducción literal de motherese). Sin embargo, aunque a los perros a veces también nos dirigimos así, quizá no sea tan preferible para ellos.
En este experimento encontraron que los perros prefieren de hecho que los acaricien antes que recibir halagos verbales. A decir verdad, no se halló evidencia de que los perros se saciaran de recibir caricias y cariños.
Caricias antes que golosinas
Es probable que las caricias sean un estímulo incondicionado y promuevan el comportamiento social en los perros, pero que los elogios vocales tengan que estar específicamente condicionados para que tengan algún efecto. Estas preferencias se dieron de hecho entre perros y personas conocidas y perros y personas desconocidas.
También se evaluaron las pruebas con perros que vivían en refugios y perros que vivían con sus propietarios, dándose los mismos resultados. Los perros de refugio fueron probados con un extraño y los perros con propietario fueron probados con sus dueños.
Los perros alternaban entre caricias y alabanzas vocales, alabanzas vocales y ninguna interacción, o solo recibían caricias durante ocho sesiones de 3 minutos.
Tanto los perros de refugio como los de propiedad pasaron mucho más tiempo cerca del experimentador cuando la interacción fue cariñosa en comparación con el elogio vocal. Los elogios vocales produjeron tan poca conducta de búsqueda de proximidad como ninguna interacción.
Además, los perros no mostraron ningún signo de saciedad con las caricias en las ocho sesiones. En general, las caricias parecen ser una interacción importante entre perros y humanos que podrían mantener un comportamiento social interespecífico.
Otro estudio refuerza la idea de que las caricias son importantes para los perros: publicado en Social, Cognitive and Affective Neuroscience, revela que muchos perros prefieren las caricias de su amo antes que una golosina. Según explica el neurocientífico Gregory Berns, de la Universidad de Emory y director de la investigación, se entrenaron a quince perros de varias razas para permaner quietos en una máquina de resonancia magnética funcional sin ser sedados ni sostenidos. Así, identificaron la región del cerebro asociada con la recepción de recompensas y vieron cómo esa zona respondía más intensamente al olor de un humano próximo que al de otras personas e incluso de perros familiares.
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