Una de las escenas que mejor se han quedado grabadas en mi cerebro de la película Total Recall (la antigua, la buena, la de Arnie) es cuando el propio Arnie está disfrazado de mujer otoñal y, en el espaciopuerto de mMrte, indica cuánto tiempo se quedará en Marte (sí, mi cerebro está lleno de spam). Como la frase es una grabación con voz de mujer, hay un error y su voz empieza a decir sin parar: “dos semaass… dosh semanashhh doooosshh semanasshhh”.
Esta anédcota friqui viene a ilustrar dos cosas. La primera es que tengo la película bastante fresca a raíz de la reseña que tuve que escribir de la misma para un especial de cine de ciencia ficción. La segunda, y más importante, es que una semana, siete días, podría no ser un lapso de tiempo tan arbitrario como pensamos. Al menos a nivel biológico podría tener cierto sentido.
Una semana es un espacio de tiempo tan importante que hasta en la Biblia se dice que Dios creó la Tierra en seis días y el séptimo día descansó. Pero la biología también puede jugar un papel en esta división del tiempo, pues todos los organismos han adaptado sus ritmos biológicos desde que empezó la evolución hace millones de años para adaptarse a los cambios que se repiten regularmente en la Tierra.
El reloj biológico que dispone el ser humano está ubicado en el hipotálamo y tiene aproximadamente un ritmo de 24 horas. Tenemos sueño por la noche debido a ese reloj. Cuando amanece, el cuerpo aumenta los niveles de cortisol, la hormona del estrés. Pero ¿y la semana? Tal y como lo explica el neurólogo Dick Swaab en su libro Somos nuestro cerebro:
Los ritmos circaseptanos están presentes en concentraciones de sustancias en nuestra sangre y orina. También la presión sanguínea y los nacimientos están sujetos a ciclos de siete días. Pero esas oscilaciones podrían explicarse por el ritmo semanal de nuestras actividades sociales en lugar de atribuirlas a un reloj biológico circaseptano. La existencia de ese ritmo biológico semanal se ve corroborado por un investigador que durante nada menos que quince años ha ido controlando las concentraciones hormonales de su propia orina. A lo largo de tres años las fluctuaciones siguieron un ritmo más o menos de siete días, aunque no coincidían con la semana laboral. (…) Los individuos que permanecieron cien días en una cueva bajo unas condiciones constantes mostraron también un ritmo semanal.
¿Entonces cuándo se forjó este ritmo biológico semanal? Hay pruebas de que fue muchísimo antes de que se escribiera la Biblia. En los fósiles de homínidos hallados en el África oriental, el esmalte dental se habría ido formando línea a línea con un ritmo constante durante seis días y al séptimo lo hacía con otra velocidad. Algo que también sucede con los primates.
Lo cierto es que se ignora la razón de este ritmo biológico, pero se pueden especular algunas cosas:
Se ha sugerido que la base de esta periodicidad casi semanal puede deberse a una fluctuación en la radiación solar, pero esta hipótesis ha sido rechazada por expertos astrónomos. Es mucho más probable que nuestro ritmo circaseptano coincida con el período de la evolución en la que los organismos salían del mar a tierra firme para buscar comida por las playas. Las alternancias semanales entre marea viva y marea muerta debidas al influjo de la Luna y del Sol debieron de tener consecuencias notables para los que iban a aprovisionarse a la costa, tanto por lo que se refiere a la cantidad de comida como a su composición.
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