La plasticidad fenotípica es la capacidad del cuerpo para ajustar sus características observables (su fenotipo) en función de las presiones ambientales a las que se somete dicho cuerpo.
Poco a poco, los biológos están encontrando más ejemplos de esta plasticidad en nuestros cuerpo. A continuación, vamos a ver algunas.
Sudor
El cuerpo desarrolla más glándulas sudoríparas si vivimos en ambientes muy calurosos, del mismo que tenemos piel más oscura durante el verano si es más probable que nos quememos la piel.
Los humanos nacemos con millones de glándulas sudoríparas, pero el porcentaje glándulas que realmente secretan sudor cuando pasamos calor está influido por el calor que hayamos experimentado durante los primeros años de vida.
Aunque esta adaptación pudiera parecer que tiene tintes lamarckianos, simplemente evidencia que en los primeros años de nuestra vida sufrimos adaptaciones muy rápidas al ambiente. Por ejemplo, si a un niño pequeño no le sometemos a un ambiente donde haya lenguaje o simplemente personas, ese niño difícilmente podrá aprender a hablar fluidamente en un futuro.
Huesos anchos
Si corremos más de niños, o cargamos peso sobre nuestros huesos de las piernas, estos tienden a crecer más gruesos. No es un fenómeno particularmente extraño a la luz de la plasticidad fenotípica: del mismo modo, si levantamos pesas de manera regular, a las pocas semanas nuestros músculos crecerán y se harán más fuertes.
Ver bajo el agua
Los moken son un pueblo nómada que abandonó hace siglos la tierra firma por el mar de Andamán, es un sector del océano Índico situado al sureste del golfo de Bengala, al sur de Birmania, oeste de Tailandia y este de las Islas Andamán, de las que recibe su nombre.
Los moken son delgados y de pelo oscuro, y casi toda su vida transcurre a bordo de barcas de madera. Los niños pasan mucho tiempo en el agua, de hecho aprender a nadar antes que a caminar. Estos niños también son capaces de ver con mucha claridad bajo el mar, como si llevaran gafas de buceo incorporadas. Según se comprobó con una cámara de fotos subactuática, las pupilas de los niños europeos se dilataban bajo el agua hasta alcanzar los 2,5 mm de diámetro. Pero las pupilas de los niños moken se contraían cuando se sumergían, reduciendo su diámetro hasta sólo 1,96 mm. Tal y como explica Jörg Blech en su libro El destino no está escrito en los genes:
Con el objetivo de realizar un análisis comparativo, Anna Gislén reunió a veintiocho niñas y niños europeos que se encontraban de vacaciones en ésta y en otras islas vecinas. A pesar del entusiasmo que mostraban ante el experimento y de su empeño, los niños turistas eran incapaces de ver con claridad bajo el agua. La visión de los jóvenes nómadas era más del doble de aguda, y les permitía reconocer líneas en torno a los 1,5 mm.