El sexo anal no es una actividad exclusiva del ser humano (a pesar de que éste es un experto en exadaptaciones, es decir, en emplear órganos para fines para los cuales no fueron concebidos, como la nariz que sujeta unas gafas). Por ejemplo, la sodomía se ha observado en jirafas, bisontes y en machos de oveja, y también en machos de delfín mular, que se penetran mutuamente.
Pero los seres humanos aún pueden ser más sofisticados, y la penetración anal puede producirse con otros objetos. O también con el puño o el brazo, lo que se conoce popularmente como fistucking. En los años 1980, el sexólogo Thomas Lowry se convirtió en un experto sobre el tema, y fue también el que acuñó un término médico para tal actividad: erotismo braquioprótico.
El ano tiene muchas terminaciones nerviosas, lo que, a través de su estimulación, desencadena muchas sensaciones placenteras. Algunas personas también encuentran placer en la sensación de dilatación o de llenado. Lowry, por ejemplo, llevó a cabo un cuestionario sobre el tema, y el punto doce era un dibujo de un brazo con la siguiente instrucción: “indique con una línea lo máximo que le han penetrado”.
Lejos de la estimulación sexual, el primer profesional que introdujo toda una mano lubricada en el recto de un paciente a fin de diagnosticarle fue el doctor Gustav Simon, allá por 1873, tal y como explica Mary Roach en su libro Glup:
Lo hizo con la otra mano apretada contra el abdomen para palpar los órganos pélvicos y comprobar posibles anormalidades. Los ginecólogos emplean ese mismo método actualmente, aunque suelen limitarse a dos dedos. Simon aseguró que cualquier “dolor en las partes” era momentáneo. Mike Jones explica la sensación de excitación por dilatación mediante el ejemplo del cableado compartido. Tanto la defecación, como el orgasmo, como la excitación se encuentran bajo la supervisión de los nervios sacros. La enorme dilatación vaginal del parto a veces produce orgasmos, lo mismo que, en al menos un caso estudiado, el acto de defecar.
Foto | Melkom
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