Os contaba en la anterior entrega de este artículo que saltar de un puente para suicidarse es una mala idea: el sufrimiento está garantizado. La supervivencia, al menos, es muy remota. Salvo en 25 personas, que se sepa.
El más famoso de estos supervivientes suicidas fue sin duda Kevin Hines. Hines tenía un trastorno bipolar, y el 24 de septiembre del año 2000, con solo 19 años de edad, decidió saltar del Golden Gate. Pero no murió.
¿Cuál fue el milagro? Lo cierto es que fue una sucesión de casualidades.
La primera fue la forma en que impactó sobre el agua. Al lanzarse al vacío, Hines sintió la necesidad imperiosa de sobrevivir. Empezó a caer y supo de repente que no quería morir así. De modo que, para caer lo mejor posible contra el agua, trató de echar la cabeza hacia atrás, haciendo que se repartiera su peso y que diera la vuelta.
Puede que fuera por su esfuerzo o por un golpe de viento, tal y como especularon los médicos más tarde, pero lo cierto es que entró en las aguas de pie, formando un ángulo de 45 grados en posición sentada. El impacto fue terrible. Se rompió dos vértebras al instante, la T12 y la L1, las cuales rasgaron y laceraron sus órganos internos inferiores.
Con las piernas y los brazos dislocados por completo, Hines ascendió a la superficie para tomar una bocanada de aire. Pero era incapaz de mantenerse a flote. Entonces algo se aproximó a él. Era algo que parecía un tiburón: ¿iba a morir ahogado y devorado?
Pero no era un tiburón. Se trataba de un león marino que intentaba mantener a Hines a flote, nadando por debajo de su cuerpo para mantenerlo a flote. Consiguió respirar de este modo hasta que llegó un barco de la Guardia Costera, pero el león marino se marchó entonces asustado por el ruido de los motores. Desde el barco rescataron a Hines y una ambulancia lo trasladó al hospital general de la Marina.
A pesar del mal pronóstico, Hines sobrevivió.
Pero ¿qué rasgos hay que tener para sobrevivir a una caída como ésta (excluyendo que un león marino decida ayudarte y un barco de la Guardia Costera no tarde en localizarte)?
Primero ser un joven con buenos músculos. Luego, caer en el agua formando un ángulo poco pronunciado.
Como es el equivalente a saltar desde un edificio de veinticinco pisos, la entrada en el agua es lo más importante. Si la golpeamos formando un ángulo poco pronunciado, nuestros pies, nuestros tobillos y nuestras rodillas se doblarán para absorber una parte del impacto y nuestro cuerpo se arqueará a través del agua sin profundizar demasiado. Si entramos con los pies por delante formando un ángulo demasiado amplio, nuestras piernas recibirán un fuerte impacto, pero probablemente nos hundiremos y acabaremos ahogándonos. Si entramos de cabeza estamos muertos, porque nuestro cráneo recibe toda la fuerza. Lo mismo sucede si aterrizamos con el vientre, la espalda o un costado. A 120 kilómetros por hora, la parada repentina acabará con nuestra vida.
Pero todo esto si saltáis desde el Golden Gate. Hay otros puentes donde quizá no tendréis que pasar por esta ordalía. Por ejemplo, el puente Nankín, en el río Yangtsé, desde el que han saltado más de 2.000 chinos en los últimos 40 años.
Y es que allí no usan carteles ni obstáculos físicos para evitar los suicidios sino las habilidades de un humilde tendero llamado Chen Si, que se hizo célebre en 2004 por patrullar el puente de arriba abajo a fin de persuadir a los posibles suicidas de lo maravillosa que podía ser la vida. Ignoro si, además de la palabra, el bueno de Chen Si también recurrirá al Prozac, al Zoloft, al Xanax, al Ativan o a las sales de litio. Pero las noticias dicen que salvó la vida a 40 personas que ya no querían seguir en este mundo.
Chen Si, pues, es una especie de antítesis de La Muerte, un centinela nocturno que podía salirte al paso cuando estuvieras a punto de decidirte a saltar. Según él, a los suicidas los reconocía enseguida: todos parecen que tienen el alma deshabitada.
Vía | El club de los supervivientes de Ben Sherwood
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