Justo en el punto opuesto están las típicas nubes de tormenta, la nube 9, el cumulonimbo, que se encuentran en la parte más baja de la escala porque es capaz de abarcar todo el espacio vertical posible, desde unos cuantos metros de altura hasta el límite con la estratosfera (15.000 metros). Tal vez de ahí provenga, por cierto, la expresión inglesa de estar en el séptimo cielo, que se traduce como cloud nine (nube 9).
A su vez, cada uno de estos géneros de nubes pueden presentar características que permiten subdividirlas en un total de quince especies, las cuales reciben nombres latinos que hacen referencia a la concreta particularidad de la nube:
fibratus (que tiene estructura fibrosa), castellanus (que tiene protuberancias), fractus (que tiene discontinuidades), mediocres (que tiene un escaso desarrollo), stratiformis (que tiene estratificación) y así más y más términos que parecen los nombres de las órdenes de alguna secta masónica o algo así.
Aún hay más nomenclaturas para cada especie, que se clasifica por su aspecto óptico: translucidus, opacus, etcétera. Y cada cierto tiempo se descubren todavía más tipos de nubes, como la última detectada en Cedar Rapids, Iowa, gracias a una fotografía de Jane Wiggins.
La Royal Meteorological Society propuso a mediados de 2009 a la Organización Meteorológica Mundial esta nueva variedad de nube a la que llamó asperatus. La densa capa de estratocúmulos es, tal y como describe Gavin Pretor-Pinney en su página, "como si mirásemos un mar embravecido y oscuro desde abajo". Como si el mundo se hubiera vuelto del revés.
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