Matthew Fontaine Maury era un prometedor oficial de la marina de los EEUU en 1839. Nacido en 1806, a sus 24 años ya había dado la vuelta al mundo. Camino a su bergantín Consort su diligencia se salió repentinamente del camino, volcó y lo lanzó por los aires. Maury cayó mal fracturándose el fémur y dislocándose la rodilla. Un médico de la vecindad le volvió a poner la articulación pero la fractura no cerró bien y hubo que volver a rompérsela días después. La cuestión es que no quedó bien y fue incapacitado para navegar con sólo 33 años.
Después de casi 3 años la armada lo mandó a un despacho a dirigir el Depósito de Cartas de Navegación e Instrumentos. Y resultó un destino perfecto porque de joven a Maury le dejaba perplejo que los barcos navegaran en zigzag por el mar en vez de seguir una ruta directa. Cuando preguntaba a los capitanes la razón le contestaban que era mucho mejor seguir un curso familiar que arriesgarse por otro menos conocido y posibles peligros ocultos. Veían el océano como un reino impredecible.
Pero Maury sabía por sus viajes que esto no era enteramente cierto. Advertía patrones en todas partes. Durante una escala prolongada en Valparaíso (Chile) había visto cómo los vientos funcionaban como un reloj. De hecho, los portugueses ya habían navegado hacia el Atlántico apoyándose en los vientos uniformes de levante y poniente conocidos como alisios.
Cada vez que el guardia marina Maury llegaba a un puerto nuevo, se dedicaba a buscar capitanes retirados para beneficiarse de su conocimiento, basado en experiencias transmitidas a lo largo de generaciones. Aprendió acerca de mareas, vientos y corrientes marinas que funcionaban con regularidad y que no aparecían en los libros y mapas que la Armada facilitaba a los marinos. Al contrario, estos libros se basaban en cartas que a veces tenían cien años, muchas de ellas con omisiones muy importantes o muy inexactas. Maury se propuso arreglar eso.
Asumiendo así su tarea hizo inventariar los barómetros, brújulas, sextantes y cronómetro; levantó acta de los innumerables libros náuticos, mapas y cartas que almacenaba. Halló cajas mohosas llenas de antiguos cuadernos de bitácora de remotos viajes de capitanes de la Armada.
Y allí estaban las anotaciones acerca del viento, del agua y del tiempo en lugares específicos y fechas concretas. Algunos de los cuadernos carecían de interés, pero otros tenían mucha información muy útil. Pensó que si se recopilaban todos esos datos se podrían escribir nuevas cartas de navegación. Entre él y doce hombres (a los que llamaban "computadores" por ocupar el puesto de quienes calculaban datos) se dedicaron a extraer y tabular todos los datos extraídos de la información.
Agregó todos los datos y dividió todo el Atlántico en bloques de cinco grados de longitud y latitud. Luego, anotó la temperatura, velocidad y dirección viento y oleaje en cada segmento, así como el mes, puesto que en esas condiciones variaban según la época del año. Una vez combinados, los datos revelaron patrones y apuntaron rutas más eficientes.
Pero necesitaba más información y creó un impreso estándar para registrar datos de los barcos. Consiguió que todos los buques de la Armada estadounidense lo usaran y entregaran al volver a puerto. Como él mismo decía:
Cada barco que venga de alta mar puede ser considerado de ahora en adelante como un observatorio flotante, un templo de la ciencia.
Logró que los capitanes arrojasen al mar, cada cierta distancia, unas botellas con notas indicando el día, la posición, el viento y la corriente dominante, y que recogieran las botellas de este tipo que se topasen. Muchos barcos lucían una enseña especial para indicar que colaboraban en el intercambio de información. Llegó a trazar 1,2 millones de datos.
A partir de todos aquellos datos aparecieron unos caminos en los que los vientos y las corrientes eran particularmente favorables. Las cartas náuticas de Maury redujeron la duración de los viajes largos en una tercera parte ahorrando dinero a los comerciantes. Por ejemplo, el viaje que iba de Inglaterra a Australia duraba alrededor de 125 días de ida y otros tantos de vuelta. Maury indicó que el viaje de ida se hiciera atravesando el cabo de Buena Esperanza y el regreso por el Cabo de Hornos, gracias a lo cual el conjunto se redujo a solo ciento treinta días.
Los viejos lobos de mar tuvieron que dar su brazo a torcer porque aquellas cartas eran de gran utilidad. Uno de ellos, incluso, le escribió diciendo que hasta entonces había cruzado el océano a ciegas.
Como él mismo escribió:
De esta manera, el joven marino, en vez de abrirse camino a tientas hasta que lo alumbraran las luces de la experiencia (...) encontrará aquí, de una sola vez, que ya dispone de la experiencia de un millar de navegantes para guiarlo.
Sus trabajos resultaron esenciales para tender el primer cable telegráfico transoceánico. Aplicó su método incluso a la astronomía, en 1846, cuando fue descubierto Neptuno. Maury tuvo la brillante idea de peinar los archivos en busca de referencias equivocadas al mismo como una estrella, lo que permitió calcular su órbita.
Ha sido ampliamente ignorado por la historia estadounidense, seguramente porque dimitió de la Armada de la Unión durante la Guerra de Secesión y ejerció de espía para confederación en Inglaterra. No obstante, a su llegada a Europa buscando apoyo internacional para sus cartas, cuatro países lo nombraron caballero y recibió medalla de oro de otros ocho.
Estaba convencido de que el estudio de los océanos no podía avanzar sin la cooperación de las naciones. Como resultado de sus esfuerzos, se celebró en 1853 una conferencia internacional en Bruselas en la que los gobiernos se mostraron de acuerdo para adoptar un sistema estandarizado de anotaciones náuticas. En 1855 publicó el primer libro de texto mundial sobre Oceanografía, Geografía física del mar.
Al iniciarse el siglo XXI, las cartas de navegación de la Armada estadounidense todavía llevaban su nombre. Maury fue quizás el primero en darse cuenta de la importancia de la datificación, o sea, que de unos cuadernos de bitácora podían extraerse datos que podían tabularse. Hoy se hace todo ello con un ordenador, pero él lo hizo con lápiz y papel.
Fuentes:
Viktor Mayer-Schönberger y Kenneth Cukier, Big data. La revolución de los datos masivos.
Cyril Aydon, Historias curiosas de la ciencia.
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