Hoy en día pulsamos una simple tecla y la luz se prende como por ensalmo, iluminando todos los recovecos de nuestra estancia, o incluso la casa entera. Sin embargo, no somos muy conscientes de la energía que estamos gastando.
O mejor dicho: somos inconscientes de los saltos de eficiencia que ha dado la humanidad para permitirnos iluminar nuestra casa gastando apenas unos euros al mes (bien, en realidad cada vez son más euros, al menos en España, pero eso es harina de otro costal).
Supongamos que, en nuestro piso, el consumo total de energía durante un año es 14.000 kWh (kilovatios hora).
Para asimilar cuánta energía es eso, si, en vez de luz eléctrica procedente de combustibles fósiles, tuviera que usar madera, debería quemar en ese año tres toneladas de madera seca. En el caso de carbón vegetal, entonces “solo” serían 1,7 toneladas.
Es decir, iluminar mi piso durante un año requeriría alrededor de un cuarto de hectárea de zona forestal. E incluso más, según explica Lewis Dartnell en su libro Abrir en caso de Apocalipsis:
Eso suponiendo que fuera posible convertir el 100 por ciento de la energía contenida en un tronco en electricidad que fluya de mis tomas de corriente. De hecho, el proceso (de múltiples etapas) de quemar combustible para generar electricidad es intrínsecamente ineficiente, y hasta las modernas centrales eléctricas solo puede convertir en electricidad alrededor del 30-50 por ciento de la energía almacenada en su combustible.
Estos cálculos de ciñen el gasto de luz, calefacción o electrodomésticos de mi piso tipo, pero hemos excluido el gasto subsidiario que supone mantener la industria de la que también nos beneficiamos (y con la que mantenemos equipado nuestro piso), como la energía que se usa en la construcción de carreteras y la edificación de bloques de pisos, los procesos industriales para obtener bombillas, cables eléctricos o un horno microondas y un largo etcétera.
Cuando se divide el consumo energético nacional entre la población total, se descubre que, por ejemplo, en Estados Unidos cada individuo gasta realmente casi 90.000 kWh de energía al año, mientras que en Europa la cifra se reduce a poco más de 40.000 kWh. (…) Para poner en perspectiva el actual consumo de energía, los 90.000 kWh del caso de Estados Unidos equivaldrían a que cada ciudadano estadounidense tuviera 14 caballos, o más de 100 humanos, trabajando para él a todo gas las veinticuatro horas del día los siete días de la semana.
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