El Gran Colisionador de Hadrones (LHC) es la construcción humana más titánica de la historia por sus implicaciones, el mayor esfuerzo de colaboración conjunta entre naciones y la inversión de los más sofisticados conocimientos científicos que poseemos en busca de respuestas importantes a preguntas importantes. Sin embargo, habida cuenta de lo que hace, debe pagar unas facturas de luz astronómicas.
Encerrado en un anillo de 26,9 km de largo enterrado en las proximidades de Ginebra, Suiza, el LHC está ampliando nuestros conocimientos de la física a base de acelerar dos haces de protones en direcciones opuestas a energías de 7 teraelectronvoltios, lo cual consume mucha electricidad.
A pleno rendimiento, el CERN, el laboratorio físico europeo que gestiona el LHC, consume una potencia de 180 megavatios, 120 de los cuales se los lleva el propio acelerador. El mayor consumo de electricidad del LHC está dedicado exclusivamente en el sistema criogénico, usado para congelar 7.000 imanes superconductores gigantescos a una temperatura justo por encima del cero absoluto, a fin de que sean verdaderamente eficientes.
Luego el sistema usa 27,5 megavatios para dirigir los haces de protones por un trayecto circular. Ahí entran en acción los 4 detectores principales, máquinas encargadas de leer las colisiones entre protones, que emplean 22 megavatios.
Así pues, en general, el CERN consume un equivalente a una pequeña ciudad, aproximadamente el 10 % de lo que consume la ciudad de Ginebra, así que la carga para la red de energía local no es muy importante y los riesgos de apagón son bajos. Con todo, la factura eléctrica debe de ser descomunal, y hay que sumarlo al gasto que ya supone el funcionamiento general del LHC: 2.800 millones de euros. Para ello, los físicos se ven obligados a cerrar el LHC en invierno, cuando el consumo es mayor.
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