Las bobinas superconductoras de niobio y titanio deberían producir un campo magnético unas 200.000 veces mayor que el de la Tierra. La alimentación aporta 12.000 amperios de corriente continua a los imanes, y un flujo constante de helio líquido mantiene el artefacto a 271,25 grados bajo cero.
Sí, desde el día que se acabó su construcción, el colisionador permanece enfriándose hasta que alcance su temperatura de funcionamiento: –271,25 grados centígrados (es decir, 2 grados por encima del cero absoluto, la temperatura más baja capaz de conseguirse en el universo).
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En las entrañas del LHC se están preparando cinco experimentos diferentes de detección de partículas. ATLAS y CMS serán los detectores encargados de partículas generales, LHCb, ALICE y TOTEM, sin embargo, serán más especializados. Estamos hablando de detectores de hechuras similares a las de la catedral que describe Ken Follet en su novela (literalmente se dice que en la caverna subterránea donde se encuentra alojado el detector ATLAS, de 12.500 toneladas, cabría la catedral de Notre Dame).
Algunas de las respuestas que los científicos esperan encontrar cuando empiecen a colisionar las primeras partículas son: saber con exactitud en qué consiste la masa, pues hoy en día sólo sabemos medirla.
Saber qué número de partículas componen el átomo, además de ya las conocidas.
Saber la naturaleza de la llamada materia oscura, un tipo de materia que nadie ha visto ni detectado aún pero que, supuestamente, por inferencia, se cree que compone el 95 % de toda la materia del universo.
Saber si existen otras dimensiones; simular el Big Bang a pequeña escala, la explosión que ocurrió hace 15.000 millones de años y que dio origen al universo (y que fue acuñada mordazmente por el astrónomo Fred Hoyle, irónicamente para desacreditar esta idea tan extraña).
Y por último y más importante: hallar el bosón de Higgs o partícula divina, que sería un paso significativo en la búsqueda de la Teoría de la Gran Unificación, la teoría que pretende unificar tres de las cuatro fuerzas fundamentales del universo.
</p><p>Las colisiones, sin embargo, pese a producirse en un lugar tan abrumadoramente gigantesco, poseen una sutileza casi artística. Para que todo funcione correctamente, no sólo se ha de llegar al frío más gélido del universo, sino también se debe lograr que miles de elementos individuales bailen en armonía y que todo se sincronice a menos de una billonésima de segundo, con objeto de que haces de hadrones, <strong>más finos que un cabello humano</strong>, choquen frente a frente. </p>
Y el resultado gráfico de tales colisiones será puro arte, y nada tendrá que envidiar en belleza a un Jackson Pollock. Como muestra, la siguiente imagen tratada informáticamente para su distribución pública, que bien podrían ser los trazos de un cubista o los arañazos de un gato cósmico.
En definitiva, el LHC es un experimento ambicioso, un desafío arquitectónico, científico e intelectual, como las pirámides egipcias o la Gran Muralla china; un viaje al principio de los tiempos para recrear el instante en el que el Big Bang generó todo el universo.
Si Rilke dijo que una catedral gótica es música hecha piedra, el LHC, la catedral del Big Bang, interpretará el pentagrama del universo. Y sigo manteniendo mi idea de que Ken Follet debería haber escrito Los pilares de la Tierra basándose en el Gran Colisionador de Hadrones. Aunque habría vendido muchos menos ejemplares, eso también es cierto.
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