El oro tiene una serie de características que lo hacen muy atrayente a ojos de los seres humanos. Resiste la corrosión del aire, agua y casi todos los reactivos químicos. Plinio el Viejo decía que "es el único metal que no pierde nada mediante el contacto con el fuego". Esta resistencia al cambio significa valor. Y es por ello que lo tiene para el hombre. Y también por ello se dice que es un metal noble.
El hombre siempre ha buscado poder y como afirma Hugh Andersey Williams en su libro La tabla periódica:
El Imperio romano se construyó sobre el bronce, el Imperio español sobre el oro, el Imperio británico sobre el hierro y el carbón. El equilibrio de las superpotencias del siglo XX se mantuvo a base de un arsenal nuclear basado en el uranio y el plutonio que se obtiene de este. (...) considero [que] algunos de estos elementos (...) se han amasado como riquezas y, en último término, se han usado como medios de ejercer el control.
Tiene dos características muy conocidas: su ductilidad y maleabilidad. Puede hacerse tan fino como un cabello. De hecho, 30 gramos de ese metal pueden estirarse hasta formar un cable de 80 km de largo o, como dice un proverbio africano, "lo bastante para circundar todo un pueblo. Y es el más maleable: pueden hacerse láminas de una milésima de milímetro de espesor. Vamos, que si pusiéramos mil de esas láminas una encima de la otra harían el espesor de un milímetro.
Pero el oro tiene más cosas interesantes. Normalmente, los electrones se mueven en las órbitas de los átomos a velocidades mucho menores que la velocidad de la luz, por lo que los efectos relativistas pueden ser despreciados. Pero esto no sucede en el oro (al igual que en otros elementos), pues el núcleo tira con mucha fuerza y por ello los electrones deben ir a velocidades cercanas a la de la luz, con lo que los efectos relativistas han de tenerse en cuenta. De hecho, esos efectos explican por qué el oro tiene un tono amarillento o el mercurio es líquido a temperatura ambiente.
Pero hay una bonita historia relacionada con este metal que implica a varios científicos y dos medallas de Premio Nobel.
Oro en el laboratorio alemán
Allá por el 1933, poco después del ascenso de Hitler al poder se promulgaron las leyes raciales. Dos Premios Nobel, James Frank y Max von Laue, estaban preocupados por sus medallas de dicho galardón. Ambos físicos confiaron a Niels Bohr sus medallas, ya que pretendían abandonar Alemania y, al ser las medallas de oro y además llevaban su nombre grabado, sacarlas del país era totalmente ilegal. Bohr había donado su propia medalla para ser subastada y los beneficios destinados al Finnish Relief (Alivio Finés). Pero estaba preocupado por ocultar las medallas de sus colegas alemanes.
Bohr habló con George von Hevesy, un físico húngaro pionero del uso de los isótopos radiactivos en biología y medicina. Primero pensaron en enterrarlas, pero eso no satisfacía a Bohr porque las medallas podían ser descubiertas, así que las disolvieron en agua regia (una mezcla de ácidos clorhídrico y nítrico que disuelve el oro transformándolo en su nitrato).
Confiando en que ganarían la guerra y podría regresar a su laboratorio Bohr dejó el recipiente que contenía las medallas disueltas en un estante de su laboratorio. Poco después, Bohr fue a Suecia en un barco pesquero (y luego clandestinamente por aire a Inglaterra).
Los nazis ocuparon el Instituto de Física Teórica y registraron detenidamente el laboratorio de Bohr, pero omitieron preguntar sobre el contenido de las botellas de líquido parduzco de un estante, que permanecieron allí inalteradas durante toda la guerra. Acabada esta, Bohr escribió una carta a la Real Academia Sueca de Ciencias que acompañaba el retorno del oro de las medallas y explicaba qué le había sucedido. El oro se recuperó, y la Fundación Nobel acuñó puntualmente nuevas medallas para los dos físicos.
Etienne-Francois Geoffroy, un médico y químico francés escribió: "El oro de todos los metales es el más inútil en física, excepto cuando se le considera un antídoto contra la pobreza".
Fuentes:
- Walter Gratzer, Eurekas y Euforias.
- Hugh Aldersey-Williams, La tabla periódica.
- Curiosidadesq
- Las mil respuestas
Foto | Wikipedia
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