Las explosiones, mayormente potentes, también pueden originar lugares malditos interesantes. Una explosión no deja de ser un movimiento sísmico, un corrimiento de tierras, un cambio radical en la orografía.
Es así como lo entendieron, al menos, los responsables de la delirante Operación Plowshare, la cual pretendía demostrar que las armas nucleares podían usarse para la ingeniería civil, por ejemplo para crear caminos entre montañas, bahías o hasta para ensanchar el canal de Panamá. Algo así como matar moscas a cañonazos. Afortunadamente, el proyecto acabó desestimándose.
Sin embargo, como resultado de todas las pruebas nucleares realizadas (925 en total, todas en el desierto de Nevada, Estados Unidos), ahora existe un lugar que podéis visitar y cuyo aspecto recuerda (sobre todo por los cráteres) a la superficie de la Luna, o la dermis asolada por el acné de un adolescente. Me estoy refiriendo a Nevada Test Site, un inmenso campo de pruebas del Ejército de los Estados Unidos desde 1951.
A tan sólo 105 kilómetros al noroeste de la ciudad de Las Vegas, uno puede olvidarse un tiempo de las máquinas tragaperras y explorar la colección de cráteres que decoran este desierto. Alguno de tamaño considerable, como el originado por la mayor de las detonaciones, la del 6 de julio de 1962, cuando explosionó una bomba de 104 kilotones que desplazó 12 millones de toneladas de tierra y creó un cráter de 390 metros de diámetro y 100 metros de profundidad; un cráter incluso visible desde el espacio.
Adentrarse por estos terrenos llenos de cicatrices también tiene un componente funesto, a pesar del carácter no militar de estas pruebas: la radiación resultante de todas estas explosiones causaron entre 10.000 y 75.000 casos de cáncer de tiroides en la población de Nevada, según un informe que salió a la luz en 1997 por parte del Instituto Nacional del Cáncer.
Las víctimas fueron compensadas por el Gobierno con 50.000 dólares cada una.
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