"Lástima que correos no sea tan preciso como el servicio meteorológico", venía a decir Doc Brown en Back to the Future II cuando es capaz de saber exactamente en qué instante dejará de llover. Sin embargo, lo más probable es que el servicio de correos acabe siendo mucho más preciso que el servicio meteorológico.
Porque predecir el tiempo es una empresa demasiado compleja. Con todo, hubo un tiempo en que nos empeñamos en conseguirlo. Y para ello llevamos a cabo un plan extravagante.
Computadoras humanas
La idea de usar computadoras humanas para la previsión del tiempo tuvo su origen a principios del siglo XX, cuando el matemático inglés Lewis Fry Richardson concibió un plan faraónico para crear el centro de previsión del tiempo definitivo. Lo explica así Sam Kean en su libro El último aliento de César:
Este consistiría en una suerte de cúpula esférica de varios pisos de altura dentro de la cual se sentarían las computadoras en filas. La superficie interior de la cúpula estaría pintada con un mapa del mundo, con el Ártico en lo más alto y la Antártida en la base, y dúa tras día las computadoras de Richardson examinarían listas de números y calcularían datos.
Los cálculos se basarían en siete ecuaciones que Richardson usaba para modelar la atmósfera, y cada trabajador se centraría en un aspecto concreto del tiempo atmosférico de alguna parte específica del mundo. Cada empleado enviaría entonces sus datos recogidos minuciosamente a través de tubos neumáticos hasta una controladora maestra (sí, era una mujer) situada en el centro.
Richardson estimó que necesitaría 64.000 computadoras para proporcionar previsiones a tiempo real, lo que nos lleva a imaginar todo un estadio de la liga de fútbol lleno de personas echando números y murmurando. Pero para demostrar que la idea funcionaba, al menos en teoría, Richardson ejecutó una prueba piloto en 1916.
El proyecto fue un completo fracaso, pero la siguiente generación de meteorólogos volvió a entusiasmarse con la posibilidad de predecir el tiempo con la llegada de los ordenadores digitales durante la década de 1940. Más tarde, la teoría del caos puso de manifiesto la futilidad de intentar predecir el tiempo de un modo siquiera remotamente preciso. Al menos, no con mucha antelación.