No recuerdo ninguna película de la historia del cine cuyo protagonista, tras sufrir una intensa experiencia paranormal (por ejemplo, ver o interactuar hasta cierto punto con lo que parece un fantasma o un espíritu) sencillamente asuma que no sabe lo que ha visto y que hay docenas de explicaciones más plausibles de lo que acaba de sucederle que un simple fantasmas. Y que finalmente la película se resuelva de esa forma madura y escéptica. (Dentro de poco se estrena la esperada Luces Rojas, de Rodrigo Cortés: esperemos que sea una excepción).
Lo habitual cuando alguien sufre una experiencia de esa naturaleza es que acuda a un parapsicólogo. Lo habitual es que si alguien ve un fantasma es que crea que ha visto un fantasma.
Pero Vic Tandy fue una persona que no pensó de esa manera. Vic era un ingeniero eléctrico de profesión e invertía gran parte de su tiempo en indagar los fenómenos que llamaban su atención, incluidos los fantasmas. En 1998, Vic trabajaba para una compañía que diseñaba y fabricaba equipos de cuidado vital para hospitales, cuyo laboratorio se decía que estaba habitado por un fantasma.
Vic siempre había sido escéptico respecto a esas habladurías. Hasta que un día la vivió en primera persona: una noche, mientras trabajaba hasta tarde, empezó a sentir frío y una incomodidad inconcreta. A continuación, sintió cómo alguien le estaba observando. Levantó la vista y atisbó una figura borrosa gris que emergía del lado izquierdo de su visión periférica. Vic dio un respingo y se sintió de pronto aterrorizado. Logró reunir el coraje necesario para volverse y mirar la figura. Al hacerlo, la figura se esfumó y desapareció.
Justo como ocurre en las películas de terror.
En dichas circunstancias, cualquier persona siente un miedo completamente irracional. Yo mismo he tenido experiencias de este tipo y os garantizo que soy más cagueta que nadie. Pero una cosa es sentir un terror repentino y otra cosas es creerse el resto de tu vida que has visto algo sobrenatural. Vic, como buen científico y escéptico, no se lo creyó.
Lo que creyó es que los fenómenos extraordinarios requieren de pruebas extraordinarias, y era obvio que una simple visión fugaz de una forma gris no era una prueba de absolutamente nada. Lo primero que pensó Vic que tal vez alguno de los frascos que contenían agentes anestésicos pudo haberse derramado en su mesa, provocándole alucinaciones. Pero, tras comprobarlo, descubrió que no era el motivo. Con todo, siguió dándole vueltas al asunto mientras volvía a su casa, intentando racionalizar el miedo que aún sentía.
El problema es que, al día siguiente, el pobre Vic fue víctima de otra experiencia sobrenatural todavía más extraña. Pero eso os lo explicaré en la próxima entrega de esta serie de artículos.
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