Habíamos dejado a Vic Tandy, en la anterior entrega de esta serie de artículos, cavilando toda la noche acerca de la experiencia presuntamente sobrenatural que había sufrido: nada menos parecía haber visto de refilón una presencia extraña que, luego, se había esfumado.
Pero al día siguiente fue peor. Vic, además de ingeniero electrónico, era un aficionado a la esgrima, y justo aquel nuevo día tenía que disputar un combate de esgrima. De modo que se trajo su florete al trabajo, justo al laboratorio donde había sufrido la experiencia sobrenatural. Al depositar el florete sobre la mesa de trabajo, éste empezó a vibrar misteriosamente. Como si el florete estuviera bajo algún tipo de sortilegio (¡conviértete en vibrador!, o algo así).
Pero Vic persistió en intentar buscar una explicación racional a todo aquello, tal y como explica Richard Wiseman en su libro Rarología:
Deslizando cuidadosamente la mesa a lo largo del suelo pudo observar que el movimiento tenía su punto máximo en el centro del laboratorio y disminuía paulatinamente hacia cada extremo de la habitación. Vic dedujo que en el lugar había una onda de sonido de baja frecuencia que no era percibida por el oído humano. Una mayor investigación confirmó sus sospechas. Rastreó la fuente de la onda hasta llegar a un ventilador que hacía poco se había instalado en el sistema de extracción de aire. Cuando el ventilador se ponía en funcionamiento, el florete vibraba. Cuando aquél se apagaba, éste permanecía quieto.
Lo que pronto descubriría Vic es que estas ondas, generalmente llamadas “infrasonido”, pueden provocar efectos extraños, como la visión de figuras fantasmales. Ciertas frecuencias pueden causar vibraciones del globo ocular y, por tanto, la distorsión de la visión.
Las ondas también pueden mover pequeños objetos y hasta que una vela titile de forma extraña, tal y como sucede en los relatos de muchas casas encantadas.
Al escribir sobre sus experiencias en las páginas del Journal of the Society for Psychical Research, Vic especuló sobre que ciertos edificios pueden contener infrasonidos (quizás provocados por fuertes vientos al soplar a través de una ventaba abierta, o el ruido sordo del tráfico cercano) y que el extraño efecto de estas ondas de baja frecuencia puede hacer que algunas personas crean que el lugar está encantado.
Hay muchas fuentes de infrasonido a nuestro alrededor, por ejemplo las olas del mar, los terremotos, los tornados y los volcanes. Hay quienes sugieren que fue el infrasonido el responsable de la presunta huida de animales antes del tsunami de 2004 en Asia: muchos animales son sensibles a frecuencias indetectables para el oído humano, como ya sugería el científico victoriano Francis Galton a comienzos de la década de 1880.
El sonido de baja frecuencia también ha sido investigado por los militares como la posible base para el desarrollo de armamento acústico, e informalmente se le llama la temida “nota marrón”, porque presuntamente puede movilizar los intestinos de las personas, provocando que defequen.
Vic no pudo evitar entusiasmarse frente a este descubrimiento, y fue el inductor de que se investigaran pequeñas corrientes de aire que literalmente pueden hacer que veamos a Dios, como os explicaré en la tercera entrega de esta serie de artículos.
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