Muchas veces hemos oído la pregunta: si el hombre viene del mono, ¿por qué todavía existen monos? Es curioso, pero quien se pregunta esto, nunca se plantea: y si el perro viene del lobo, ¿por qué todavía existen lobos? Hay quien dice que, realmente, el perro no viene del lobo. El mismo Konrad Lorenz afirmaba que algunas razas venían del chacal pasando por otras tantas. Hoy sabemos que no es así.
En 1993 los doctores Tsuda, Kanabe, Kikkawa y Yonekawa estudiaron el ADN mitocondrial de perros y lobos y sus conclusiones fueron que las secuencias de dicho ADN son similares a las existentes entre los perros entre sí y entre los lobos entre sí. El genetista molecular Robert K. Wayne estableció que la diferencia entre el ADN mitocondrial de un perro y un lobo era de un 0,2%; lo que establece que pertenecen la misma especie.
Peter Savolainen, del Real Instituto de Tecnología de Estocolmo realizó un estudio con 654 perros de todo el mundo y su conclusión es que más del 95% de los perros descienden de 3 hembras de lobo. Existen evidencias de fósiles de perros domesticados hace más de 31.000 años. La pregunta ahora es: ¿cuántas generaciones serían necesarias para obtener un perro de un lobo?
Esta misma pregunta se la hacía allá por el año 1950 el científico ruso Dmitry Belyaev. Este hombre diseñó un experimento a largo plazo para estudiar el proceso de domesticación. Compró 130 zorros (30 machos y 100 hembras), un animal que nunca había sido domesticado y, como buen científico, los separó en un grupo de estudio y otro de control. En un principio, todos aquellos zorros estaban acostumbrados a vivir en jaulas, pero no se dejaban tocar y reaccionaban agresivamente hacia los trabajadores del centro.
El experimento consistió en que en el grupo de estudio sólo permitía procrear a los que fueran más mansos: los que eran más agresivos no tenían descendencia. De este modo, estaba haciendo una selección por comportamiento. Al grupo de control no hizo selección alguna. Y así se hizo generación tras generación.
El resultado del experimento
Y sucedió. Consiguió zorros que se acercaban, saltaban a los brazos y lamían en la cara a sus cuidadores. En 1970, uno de los cuidadores tomó a uno de ellos como mascota. Se comportaba prácticamente como un perro. Este cambio, que ya de por sí es sorprendente, lo es más cuando sabemos que lo consiguió en apenas 10 generaciones, lo que es un abrir y cerrar de ojos a nivel evolutivo. En esas 10 generaciones, un 18% de los zorros se comportaban prácticamente como un perro. Dicho porcentaje subió al 35% en 20 generaciones, y en el año 2009 era un 80% de los individuos.
El otro punto curioso es que aquellos nuevos zorros mansos tenían otros cambios que no se esperaban. Tenían menores niveles de adrenalina, pero no solo eso, sino que hubo cambios morfológicos. Aparecieron zorros de diferentes colores, con manchas, y también cambiaron de aspecto. Las orejas dejaron de ser tiesas y cambiaron las formas de sus cráneos, mandíbulas y dientes.
Y eso que Belyaev nunca seleccionó aquellos animales por ninguna de esas características, sino que lo hizo exclusivamente por su comportamiento, por lo que podemos concluir que todas estas características van realmente ligadas ese carácter principal. O sea, que no podemos hacer que mantengan un determinado aspecto mientras queramos un comportamiento diferente.
Ahora, ¿seríamos capaces de cambiar el comportamiento humano en el mismo número de generaciones que hizo Belyaev con los zorros? Da para pensar.
Fuente | The Farm-Fox Experiment
Fuente | Antonio Parami Miranda, Psicología del aprendizaje y adiestramiento del perro.
Foto | Pixabay
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