Las moscas son muy importantes para entender cómo es y cómo funciona el ser humano. No las moscas grandes comunes, sino unas diminutas, las conocidas moscas Drosophila melanogaster, las moscas del vinagre, que son baratas, no ocupan mucho sitio y se pueden guardar el frascos. Y además se alimentan de plátanos.
Este fue el motivo de que se comenzara a experimentar con ellas en la Universidad de Columbia, Nueva York, por parte de uno de sus estudiantes: Seymour Benzer.
Benzer pretendió demostrar que en la mosca del vinagre existía un gen que la obligaba a determinado comportamiento en relación con la luz ambiental. Su profesor, el biólogo Thomas Hunt Morgan, que en 1910 descubrió la primera mosca de la fruta mutante, ya había observado que la mayoría de estas moscas tienen los ojos rojos, pero encontró una con los ojos blancos y consiguió determinar dónde se hallaba la mutación que había producido esa anomalía.
De ahí obtuvo Benzer la idea de observar mutaciones del comportamiento en vez de en las características físicas. Lo cuenta así Eduardo Punset:
Y lo hizo colocando miles de moscas Drosophila en un laberinto de cristal, de tubos de ensayo, en una habitación oscura. Para realizar los primeros experimentos que intentaban relacionar la conducta y la genética, Benzer eligió la mosca del vinagre por ser un animal que, en términos evolutivos, se encuentra a medio camino entre los organismos más simples (las bacterias) y los seres humanos (bastante más complejos). Aunque, al igual que las polillas, todas las moscas se sentían atraídas por la luz, no todas presentaban la misma afinidad por ella, de modo que su comportamiento resultaba impredecible.
Las moscas permanecían encerradas en un largo tubo de ensayo con un extremo iluminado. Benzer introducía moscas que habían sufrido daños en sus genes para evaluar sus respectivos comportamientos. Las moscas que habían sufrido una mutación sobre los genes asociados a su conducta con la luz, permanecían apartadas de la multitud y se movían con gran dificultad. Y sus descendientes obraban de la misma manera.
Es decir, que el comportamiento no sólo era detectable a través de los genes de la mosca sino que éste era hereditario. La conducta estaba determinada, al menos en cierta medida, por el ADN, teoría que fue corroborada con nuevas moscas que tenían mutados genes responsables de una amplia variedad de aspectos del comportamiento.
Por ejemplo, el gen Timeless es responsable del cambio en los ritmos del sueño. El Dissatisfaction, el que hace que la hembra evite el contacto con los machos. El Pirouette, que conlleva que las moscas se muevan en arcos cada vez más pequeños hasta quedarse inmóviles.
Estos descubrimientos permitieron saber que el comportamiento podía ser reconocido, identificado y localizado en un mapa genético tan certeramente como cualquier otro aspecto hereditario.
Vía | Por qué somos como somos de Eduardo Punset
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