La llegada del verano lleva aparejado un código indumentario, digamos, indiscreto. Indiscreto para nuestros michelines, quiero decir. Así pues, con el verano también llegan las dietas relámpago y las inscripciones masivas en los gimnasios.
De un tiempo a esta parte, entre todas las disparatadas dietas hipocalóricas que nos endosan a través de los medios de comunicación, ha sobresalido una por su aparente carácter científico: la dieta genética. ¿Realmente sirve de algo?
La dieta genética se basa en un análisis de las necesidades nutricionales de cada persona de acuerdo con su genoma. Hay ya diversas empresas que ofrecen esta clase de servicios a un precio un tanto desorbitado, prometiendo que la dieta personalizada no sólo mejorará el estado de salud sino que prevendrá enfermedades.
Por ejemplo, en EEUU, Genelex cobra 395 dólares por cada uno de estos análisis.
Al parecer, el análisis hace hincapié en 19 genes en particular. Sin embargo, todavía no existen evidencias de que exista una relación directa entre salud, los genes y la nutrición. Los estudios que se han hecho al respecto son escasos y sólo sugieren tímidamente que puede haber algunas interacciones.
El campo de la genómica nutricional es tan reciente que, año tras año, las conclusiones aparecidas en los artículos más relevantes pueden ser refutadas por nuevas investigaciones. (…) El genoma humano consta de unos 30.000 genes que controlan cerca de 100.000 proteínas distintas. Cada gen, de hecho, puede estar relacionado con más de una proteína y viceversa, de lo cual se desprende un conjunto de interacciones químicas de gran complejidad cuyos detalles apenas se conocen.
Así que dadles el mismo crédito a las dietas genéticas que le dais a las dietas milagro: una actividad comercial que, en gran parte, no está regulada y proporciona inmensos beneficios económicos.
Vía | Las mentiras de la ciencia de Dan Agin
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