Lo que se puede inferir del éxito de las academias KIPP es que quizá no se enfoca correctamente el problema de la educación. Generalmente, en el debate educativo se suele hablar sobre las relaciones padres-profesores-alumnos, sobre planes de estudio, sobre la implementación de tecnología en las aulas.
Pero raramente se trata el tema del tiempo que el alumno pasa en el colegio, de cómo ese tiempo deja de estar contaminado por ambientes exteriores poco favorables y, por tanto, de lo importante que es la herencia cultural para que un alumno obtenga buenas calificaciones.
Si recordáis el post sobre la superioridad asiática en los estudiantes de matemáticas, empezaréis a ver que todo en encaja. Los estudiantes de escuelas asiáticas no tienen largas vacaciones de verano. En Corea del Sur, un año escolar dura por término medio 220 días. El año japonés, 243 días. Pero en Estados Unidos, el año escolar dura por regla general… 180 días.
Parece que exista, pues, una correlación muy fuerte entre el tiempo que uno pasa en el colegio (y por tanto dispone de menos tiempo para desaprender) y la competencia en determinadas asignaturas.
Y ese es el secreto principal de las academias KIPP: son una especie de oasis asiático en Estados Unidos. Las clases empiezan a las 7:25 de la mañana, y hasta las 7:45 imparten un curso llamado “Aprendiendo a pensar”. Luego 90 minutos de inglés. 90 minutos de matemáticas. 1 hora de ciencia. 1 hora de sociales. 1 hora de música dos veces por semana. 1 hora y quince minutos de orquesta.
Las clases terminan a las 17:00 horas. Pero después hay grupos de tareas escolares, castigos que cumplir en el aula, equipos deportivos… con lo cual la jornada se alarga hasta las 19:00.
En KIPP, pues, un alumno se pasa de un 50 a un 60 % más tiempo aprendiendo que un alumno de una escuela pública tradicional.
Los sábados también hay clases. De 9:00 a 13:00. Y en verano, de 8:00 a 14:00, durante tres semanas suplementarias en julio.
Al haber más tiempo disponible, ello también redunda en un ambiente más relajado. Por ejemplo, a la hora de resolver un problema de matemáticas entre todos en la pizarra, no es extraño que en KIPP se inviertan 20 minutos exclusivamente en ese problema, con meticulosidad, con tenacidad. Haciendo las cosas de un modo más lento, avanzaban más. Los alumnos pueden preguntar más. Los profesores no sienten el apremio del tiempo.
Y los estudiantes acaban forjando una relación inconsciente entre esfuerzo y recompensa.
Vía | Fueras de serie de Malcom Gladwell
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