Los genes que nos hacen ser deportistas

Los genes que nos hacen ser deportistas
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Una pregunta que podríamos plantarnos es si aspectos como el trabajo o la tendencia a hacer deporte son rasgos totalmente adquiridos o realmente tienen un componente genético importante. Theodore Garland, un fisiólogo de la Universidad de California Riverside, con su equipo, hizo una serie de experimentos en los que pudo demostrar, precisamente, que hay una importante influencia genética.


Los ratones normales corren entre 4 y 6 kilómetros aproximadamente cada noche. Garland tomó unos grupo de ratones y los separó en dos grupos: los que decidieron, por su propia voluntad, correr menos de un kilómetro cada noche, y los que decidieron no correr más de lo normal. Los ratones sólo podían reproducirse con los de su mismo grupo. De esta forma Garland estaba seleccionando ratones "corredores de élite".

Después de sólo una generación de cría, la progenie de los aquellos corredores, por su propia voluntad, corrían aún más en promedio que sus padres. Y así, generación tras generación, cuando se llegó a la decimosexta generación de cría, los ratones corrían voluntariamente 10 kilómetros cada noche. Pero hubo más cambios asociados a aquellos ratones: tenían huesos más simétricos, menor grasa corporal, y los corazones más grandes. Por si fuera poco, los cerebros de aquellos ratones también eran diferentes y Garland sospechaba que tenían que serlo en aquellos centros que tenían que ver con la motivación y la recompensa.

Adicción a correr

De hecho, hicieron otro experimento: les dieron Ritalin, un estimulante que altera los niveles de dopamina, que es un neurotransmisor. Los ratones normales, una vez habían tomado el Ritalin, al parecer, sentían una mayor sensación de placer al correr, así que empezaron a hacerlo más. Pero los ratones corredores corrían igual. Hiciera lo que hiciera el Ritalin en el cerebro de los ratones normales ya se estaba produciendo en los cerebros de los ratones corredores. Podemos decir que eran, literalmente, adictos a correr.

Investigadores de todo el mundo han comenzado a explorar lugares en el genoma que difieren entre los ratones corredores y los normales, sobre todo en la parte que tiene que ver con la relacionada con la dopamina en el cerebro. Pero, por supuesto, no lo hacen simplemente para entender por qué los roedores quieren correr: su objetivo final es aprender sobre ello en humanos.

Una familia de deportistas

Pam Reed

Obviamente, estos experimentos no pueden hacerse con humanos, pero tenemos algún ejemplo de familia particularmente deportista. El día después de hacer 11 horas, 20 minutos y 49 segundos en una triatlón, una marca lo suficientemente buena como para ir al campeonato del mundo de Hawaii, Pamela Reed tomó un avión para hacer un viaje. El vuelo se retrasó y Pamela escondió su equipaje en una esquina y se puso a correr dando vueltas de unos 200 metros. Estuvo así durante una hora. Necesitaba hacer aquel ejercicio.

Una semana antes había participado en una carrera de relevos consistente en aguantar ocho horas continuas corriendo alrededor de una pista, y dos semanas antes de esta última había corrido durante 31 horas para finalizar en segunda posición en la Badwater Ultramarathon, una carrera de 135 millas que empieza en el Valle de la Muerte y que ya había ganado dos veces.

Su padre era incansable. Se levantaba a las 3:30 para ir a trabajar a una mina de hierro y cuando volvía a casa se ponía a hacer cosas en ella o arreglos en su coche. Según la propia Pamela Reed, su abuelo tuvo un día una discusión familiar y se fue de allí hecho una furia. Volvió andando a casa que estaba nada menos que a 300 millas.

Fuente | David Epstein, The Sports Gene.
Foto | eCiencia
Foto | Harris Rose

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