A pesar de que solo ha habido un hombre blanco en la final olímpica de los 100 metros desde que Allan Wells ganó en Moscú en 1980 y de que, A lo largo de la historia, 13 de las 20 mejores velocidades en los 100 menos lisos han sido obtenidas por afroamericanos, no sabemos con claridad la razón de esta tendencia. Ni siquiera si es algo estadísticamente relevante.
Con todo, la idea de que los negros son físicamente más competentes ha reinado en la cultura popular (al igual que son menos inteligentes) desde que Jesse Owens subió al podio de los Juegos Olímpicos de 1936, en plena Alemania nazi, tras ganar los 100 metros en 10,3 segundos.
¿Genes?
No, no hay pruebas concluyentes que sugieran que los negros son inferiores intelectualmente que los blancos. Y tampoco, ya puestos, de que los negros tengan mayores capacidades físicas que los blancos, sobre todo en ámbito del atletismo, a pesar de que hay un buen número de estudios que han tratado de encontrar causas genéticas o biomecánicas.
No tiene mucho sentido pensar que en estos logros deportivos subyace una ventaja genética, como tampoco lo tiene pensar lo mismo respecto a la inteligencia. Básicamente porque los genes que confieren pigmentación a la piel son muy pocos, y no determinan un genoma concreto.
De hecho, la variación genética en África es muy alta. Entre un namibio y un nigeriano hay menos semejanzas genéticas que entre ambos y un sueco de ojos azules, a pesar de que la piel del namibio y el nigeriano sea negra. Incluso una versión particular del gen alfa-actinina-3, que se asocia con la fibra muscular de contracción rápida, si bien está presente en corredores negros que han logrado marcas extraordinarias, también se ha encontrado en otras personas, no solo en los negros.
Quizá hay presiones ambientales/genéticas que influyen en esta rareza estadística, pero no somos capaces de identificarlas aún de forma clara, y tampoco sabemos si estamos ante una simple correlación en vez de una causalidad.
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