El ser humano es un lobo si el contexto le empuja a serlo. Sin embargo, de forma natural, el ser humano tiende a ser cooperador y altruista (aunque los motivos que puedan subyacer a este comportamiento sean egoístas; esto ya es harina de otro costal).
Una de las razones de que tendamos a la cooperación es que poseemos una empatía muy desarrollada, gracias a las neuronas espejo que, como vimos, se desarrollan al poco de haber nacido. Por otra parte, nuestra tendencia a ser animales sociales provoca que cuidemos sobremanera nuestra reputación: de ella depende la imagen que los demás se formarán de nosotros y, por ende, nuestra supervivencia en el grupo.
Calculando la bondad y la maldad
En un mundo simplificado, solo hay dos tipos de reputación, la buena y la mala. Frente a ello podemos actuar de cuatro formas distintas: pensar que el otro siempre es bueno, que el otro siempre es malo, que es malo si da y bueno si no da, y, finalmente, que es bueno si da y malo si no da. Solamente la última opción puede conducir a la cooperación basada en la buena reputación.
No obstante, el mundo es mucho más complicado. Por ejemplo, también debemos tener en cuenta la reputación del receptor, de forma que pueda considerarse bueno negarse a ayudar a una mala persona. Tal y como explica Martin A. Nowak, profesor de Biología y Matemáticas en la Universidad de Harvard y director del Programa para Dinámicas Evolutivas, en su libro Supercooperadores:
Las reglas de segundo orden son dieciséis. También hay reglas de tercer orden, que dependen adicionalmente de la valoración del donante (después de todo, una persona con una reputación pobre podría intentar “comprar” a una buena siendo más generosa con los que tienen buena reputación”. Y así sucesivamente. En total, hay 256 reglas de tercer orden.
La cosa no se queda aquí, y se puede volver maquiavélicamente compleja si añadimos la decisión final, ayudar o no al prójimo, la llamada “regla de acción”, en función de la puntuación del receptor y de la propia (hay cuatro combinatorias posibles de las dos puntuaciones y, en consecuencia, existen diecisiete reglas de acción).
Por ejemplo, podemos decidir prestar ayuda si la puntuación del receptor es buena, o si la propia puntuación es mala. Es decir, podemos decidir ayudar a otro para incrementar nuestras posibilidades de ser ayudados en el futuro por el receptor o por otras personas que sepan de nuestra reputación.
Una estrategia posible es la combinación de una regla de acción y de una regla de evaluación. Dado lo anterior, obtenemos 16 veces 256, lo que resulta en 4.096 estrategias […] Ohtsuki e Iwasa analizaron las 4.096 posibles estrategias y probaron que solamente ocho de ellas son evolutivamente estables y pueden conducir a la cooperación. Las estrategias dominantes comparten ciertas características: la cooperación con una buena persona se considera buena, mientras que la deserción respecto de una buena persona se considera mala.
¿Sólo se reproducen los malos?
Ya Charles Darwin mostraba su preocupación por el hecho de que, en función de la lógica evolutiva, los egoístas se reproducirían más que los altruistas, compasivos y benevolentes, de modo que siempre habría más egoístas que altruistas. El que está dispuesto a sacrificar su vida por los demás, por ejemplo, tendrá menos probabilidades de reproducirse que los que quedan vivos.
Pero las cosas no son exactamente así si introducimos el factor “reputación”. Las personas que se sacrifican por los demás adquieren mayor reputación, que se traduce en más regalos y admiración del sexo opuesto. De este modo, la selección natural podría favorecer la cooperación: grupos con normas sociales significativas superarían en competición a otros grupos.
Algunos biólogos consideran que la selección de grupo no es posible, pero, a medida que transcurre el tiempo, el rechazo a esta idea se ha ido flexibilizando. A esta teoría se la llama selección multinivel:
Para que se dé la selección de grupo se precisa competición entre grupos y algo de coherencia grupal. Diferentes grupos tienen diferentes aptitudes, según la proporción de altruistas que incluyan. Si el 80 % de un grupo es altruista, lo hace mejor que un grupo que solamente dispone de un 20 % de altruistas. De manera que mientras la selección en el interior de grupos favorece el egoísmo, estos grupos con muchos altruistas obtienen mejores resultados. Pero, como es natural, la extensión de la selección de grupos depende de importantes detalles, como la migración y coherencia del grupo. Dicho esto, la selección natural puede de verdad operar a niveles diferentes, desde el gen hasta grupos emparentados hasta especies y quizás incluso más allá.
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