Hubo muchos tipos diferentes de homínidos y especies humanas a lo largo de nuestra historia. Vivimos con decenas de ellos durante millones de años. En su mayoría, nos mezclamos con ellos o los matamos a todos hace 30.000 años.
Un nuevo estudio publicado en PNAS sugiere así que denisovanos y tibetanos se cruzaron hace unos 49.000 años, lo que dio a los tibetanos el gen EPAS1. Este gen no se activó hasta hace 9.000, lo que luego les otorgó a los tibetanos la adaptación beneficiosa para vivir en áreas de gran altitud, incluido la regulación de la oxigenación en la sangre.
Historia de nuestro linaje
Por el momento, hay cierto consenso en admitir esta historia resumida: hace 7 millones años se inició el linaje homínido, hace 4 millones de años apareció el australopitechus, el género Homo surgió de estos ancestros y, hace 1,8 millones de años, empezó a salir de África hacia el resto del mundo. Hace unos 60 000 años, un grupo de humanos modernos se topó con poblaciones de neandertales que vivían en Europa y ciertas zonas de Asia desde hacía un cuarto de millón de años.
En 2008, sin embargo, a la historia se le añadió otro protagonista: los denisovanos. Gracias a los hallazgos de un puñado de huesos en la cueva siberiana de Denisova y a la última tecnología en secuenciación genética, ahora hemos de añadirles en este Juego de Tronos genético, pues parte de su genoma ha perdurado entre algunos melanesios (hasta el 5 % del material genético entre algunos habitantes de la isla de Nueva Guinea). Todavía es imprudente hablar de los denisovanos, porque todo lo que sabemos de ellos procede de un enclave y ha sido procesado por un único laboratorio, pero su existencia nos obliga a revaluar de nuevo de dónde venimos, con quién nos mezclamos.
Por el momento, continúan los estudios de los restos de Denisova. Nuestro mayor exponente, a día de hoy, es una niña llamada Denny, que fue concebida presuntamente hace 90 000 años por una mujer neandertal y un varón denisovano. La niña tenía el pelo y los ojos marrones y la piel oscura, y la información genética revela que era más parecida a los neandertales que a los humanos modernos.
Por el momento, gracias a esta nueva especie podemos empezar a comprender mejor algunas adaptaciones al medio propias de superhéroes. Como el hecho de que los tibetanos estén tan bien adaptados a las alturas. Los tibetanos viven en una región que, de promedio, se encuentra a más de 4 000 metros sobre el nivel del mar. A esa altura, el oxígeno escasea, y dar un paso supone jadear, agotarse e incluso sentir mareos o pequeños vahídos. Sin embargo, los tibetanos peregrinan a más de 4 000 metros, postrándose en cada paso, sin mostrar ninguno de estos signos.
Esta herencia genética, que ha sido hallada por los investigadores secuenciando el ADN de un grupo de tibetanos, les permitiría regular la oxigenación en la sangre. Lo más sorprendente es que este rasgo no se halla en el Homo sapiens, solo en el homínido de Denisova.
Para las personas cuyos antepasados vivieron en altitudes menos elevadas, esta singularidad genética plantea la posibilidad de problemas cardíacos en el corto plazo, y es inútil para la reproducción, ya que aumenta el riesgo de preeclampsia (hipertensión durante el embarazo). Pero a grandes alturas, esta singularidad sí que resulta provechosa: se tiene una mayor aptitud y una mayor fertilidad, incluso cuando hay poco para respirar. La base genética para la adaptación heredada del homínido de Denisova por parte de los tibetanos involucra una proteína llamada EPAS1, que controla la regulación de oxígeno. El gen EPAS1 se conoce como el de la hipoxia, porque sus mutaciones se asocian con diferencias en la concentración de hemoglobina en sangre.