Hay matrimonios que siempre están a la greña, como en La guerra de los Rose, otros que aguantan años y años juntos a pesar de que no se toleran, otros que solo duran lo que dura un parpadeo, e incluso los hay que se pasan toda la vida juntos y son profundamente felices.
Hasta ahora nos hemos centrado en las dinámicas de la pareja, en las afinidades, en el tiempo que pasan juntos, en la salud sexual, etc. Sin embargo, a partir de ahora, en la ecuación deberíamos incluir en ADN.
Genes y pareja
Investigadores de la Universidad de Berkeley (California) y de la Universidad de Northwestern (Illinois) han localizado una pista en un gen involucrado en la regulación de la serotonina (la “hormona de la felicidad”), que puede predecir de qué modo las emociones afectan nuestras relaciones.
Uno de los autores principales del estudio, el psicólogo de la Universidad de Berkeley, Robert W Levenson, ha señalado:
Es un misterio aún sin resolver: ¿qué hace que un esposo esté tan en sintonía con el clima emocional en el matrimonio, y que otro sea tan inconsciente?
Los investigadores encontraron al que podría ser el responsable, el alelo conocido como 5-HTTLPR. Tras analizar a 156 parejas que llevaban casadas veinte años, descubrieron que quienes tenía el alelo 5-HTTLPR más corto son los que viven las relaciones más intensamente, frente a los que los tienen un alelo más largo. Tal y como lo explica Claudia M. Haase, de la Universidad de Nothwestern, otra de las autoras del estudio:
Los individuos con dos alelos cortos de dicha variante del gen pueden ser como las flores de un invernadero, florecen mucho cuando el clima emocional de un matrimonio es bueno y se extinguen cuando el ambiente es malo. A la inversa, las personas con uno o dos alelos largos son menos sensibles al clima emocional.
Los nuevos descubrimientos no sugieren que las personas con variaciones de 5-HTTLPR sean incompatibles, sino que aquellos con dos genes cortos sufren más en una relación.
Este estudio longitudinal, publicado hace algún tiempo en en Journal Emotion, es el primero en vincular genética, emociones y satisfacción marital. Los participantes eran 156 parejas que se empezaron a estudiar en 1989. A partir de entonces, cada cinco años, las parejas debían acudir a Berkeley para informar acerca de su satisfacción marital, a la vez que los investigadores estudiaban el lenguaje corporal, el tono de voz y los temas de discusión.