Los volcanes son fenómenos geológicos fascinantes, capaces de vomitar las entrañas de la Tierra, producir diamantes e, incluso, en su estado latente también dan fruto a un parque nacional que parece de otro planeta y es el más antiguo del mundo.
Para medir la fiereza de la erupción de un volcán se usa el Índice de explosividad volcánica (IEV), una escala que oscila del 0 al 8, y que se basa en el volumen de material expulsado, la altura de la nube eruptiva y otras variables. En los últimos 10.000 años no se ha producido ninguna erupción con un IEV de valor 8. Pero si los fijamos en las de IEV 7, entonces la ganadora es la erupción del volcán Tambora, en la isla indonesia de Sumbawa, en el año 1815.
Para que nos hagamos una idea de la fuerza de esta erupción, que cubrió la Tierra de ceniza durante un año, produciendo un año sin verano, podemos comprarlo con la famosa erupción del Vesubio, en Italia, que en el 79 d. C sepultó la ciudad de Pompeya. Pues bien, si el Vesubio liberó 3 kilómetros cúbicos de piroclasto (roca, magma y polvo), el Tambora liberó de 150 a 180 kilómetros cúbicos. 66.000 veces el volumen de material usado en la Gran Pirámide de Guiza.
Otra forma de medir el poderío del Tambora, del que podéis leer más aquí, podemos definir lo que es un megatón. Las grandes explosiones se miden en megatones, donde 1 megatón equivale a la energía liberada por 1 millón de toneladas de TNT. Con un megatón se puede alimentar de energía un hogar occidental medio durante aproximadamente 120.000 años.
La explosión de Hiroshima, por ejemplo, liberó 0,015 megatones. El Evento Tunguska, de 1908, de 10 a 15 megatones. La Bomba del Zar, la explosión nuclear de prueba más potente de la historia, liberó 57 megatones. El Tambora, sin embargo, llegó a los 800 megatones, como si hubiéramos explotado 14 bombas de como la Bomba del Zar.
Imagen | Martin Barland
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