Hay viajeros que se ajustan su sombrero Fedora de Indiana Jones y se lanzan a la aventura, en busca de lugares inhóspitos para, quizá algún día, formar parte de uno de los mayores santuarios de aventureros y viajeros de la historia (cuyo presidente, por cierto, es un miembro de Monty Python). Pero hay otra clase de viajeros que prefieren ir en busca de algo acaso más anodino, aunque igualmente apasionante. Las confluencias de grados.
En ese sentido, esta clase de viajeros-buscadores están íntimamente emparentados con los llamados viajeros sistemáticos, que visitan todos los McDonald´s del mundo, todos los Starbucks… y todo de todo.
Pero en primer lugar expliquemos qué son esas entidades evanescentes llamadas confluencias de grados. El Proyecto de Confluencia de Grados empezó en 1996 por parte de un programador de páginas web de Massachusetts llamado Alex Jarret, que al adquirir un GPS adviritó que, en su trayecto de ida y vuelta al trabajo, atravesaba el meridiano 72 dos veces al día. Al parecer, la perfección matemática de la longitud (70 grados oeste, 0 minutos, 0 segundos) le llamó la atención.
Entonces Jarret se desplazó 16 km hasta llegar al punto donde el meridiano 72 se cruzaba con su paralelo más próximo, 43 grados norte. Allí no había nada, solo un bosque nevado, pero Jarret igualmente hizo una fotografía del lugar. Precisamente que el lugar fuera tan insignificante, que no estuviera provisto de alguna clase de señal o monumento consagrado a ese cruce de líneas imaginarias, fue lo que empezó a estimular a la gente a buscar más. Porque era como buscar algo difícil e invisible. Una especie de reto.
La idea del proyecto es visitar todos los puntos del planeta donde se cruzan un grado de latitud con un grado de longitud, por ejemplo 35 S 59 W, 36 S 59 W, etc. Existen 64.442 puntos de confluencia de latitud y longitud, pero la mayoría de ellos se hallan en el agua o en los casquetes polares. Y a medida que uno se aleja del Ecuador, las confluencias se agolpan hasta que se separan menos de 3 km en los polos.
Tal y como lo explica Ken Jennings en su libro Un mapa en la cabeza:
Los cazadores de confluencias se han enfrentado a hormigas legionarias en las selvas de Ghana, a sanguijuelas en las ciénagas de Malasia y a nómadas armados en el Sáhara argelino en la búsqueda de su quijotesco objetivo, pero sigue habiendo más de diez mil confluencias exactas sin visitar en todo el mundo. Sin embargo, no en todos los casos la búsqueda tiene que convertirse en una aventura propia de Indiaja Jones; de hecho, ningún lugar de la Tierra está a más de 79 kilómetros de uno de esos puntos de perfección cartográfica.
Lo más irónico de esta afición geográfica es que se están buscando puntos geométricos perfectamente arbitrarios. La cuadrícula de latitud y longitud es solo un convenio. El hecho de dividir el círculo en 360 grados es resultado de un antiguo cálculo babilónico (incorrecto, por cierto) del número de días del año. Las líneas de longitud todavía son más arbitrarias, porque la Tierra no tiene un polo oeste ni un polo este. Nuestra actual linea de cero grados de longitud, el Meridiano de Greenwich, es una convención adoptada únicamente tras gran controversia en la Conferencia Internacional de los Meridianos de 1884.
Pero tal vez ahí radica un poco la gracia de buscar puntos de confluencia de grados, en que no es más que una excusa para descubrir sitios nuevos que probablemente nunca pisarías en tu vida (a lo largo del artículo podéis contemplar algunas fotografías de tales puntos). Incluso lugares que están a la vuelta de la esquina de tu casa, un poco siguiendo la filosofía de aprender a mirar y no solo a ver que apunté en ¿Cuál es el lugar más apasionante para ver especies de animales nuevas? Ya podéis anular vuestro viaje al Amazonas: es el jardín de vuestra propia casa.
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