Dibujar mapas es difícil, como dijimos en la anterior entrega de esta serie de artículos. Como consecuencia de todo ello, los terrenos empezaron a ser punteados exhaustivamente por los vértices geodésicos, que no dejan de ser una serie de señales informativas, por lo general representadas por un cilindro de 120 centímetros de altura y 30 de diámetro que, montado sobre un pedestal de hormigón en forma de dado de 1 metro y pintado de color blanco, indica la altura exacta de ese punto con respecto al nivel del mar.
Entre sí, las señales también forman una red de triángulos cuyas coordenadas están recogidas al punto por los centros de cartografía mundial. Sobre este cilindro también se puede situar un teodolito o instrumental topográfico para hacer toda clase de mediciones del terreno. Por ejemplo, un topógrafo puede situar las coordenadas del proyecto de construcción de una futura carretera instalando sobre el vértice geodésico un GPS. No se trata de un GPS navegador del coche, sino de uno que pueden costar hasta 6.000 euros.
El GPS, entonces, calcula las correcciones que se obtienen de restar las coordenadas que ofrece el GPS con las del vértice, enviándolas a otro GPS móvil que está ofreciendo coordenadas de otros puntos. Es un poco ininteligible, por eso es trabajo de topógrafos. La cuestión es que, de no existir los vértices geodésicos, la cartografía tal y como la conocemos hoy en día tampoco existiría.
Al igual que sucedía con las atalayas de Las dos torres, desde cada vértice geodésico se divisa, al menos, otro vértice geodésico vecino, con lo cual uno puede ir saltando de vértice en vértice y tiro porque me toca, como una oca adicta al jet lag.
Por esa razón, los vértices geodésicos también suelen estar ubicados en los lugares más elevados, despejados y con vistas paisajísticas dignas de postal. Aunque también se encuentran a ras de suelo, en edificios, como en la isla de Tabarca, o incluso cerca del mar, como en el Cabo de las Huertas.
Si queréis ir a un lugar bonito y no sabéis cuál, no lo dudéis: un vértice geodésico nunca os defraudará. Porque la mayoría de lugares donde están ubicados los vértices geodésicos son inaccesibles en coche, e ir en su busca también puede tener cierto aire de aventura. Además, para llegar hasta el vértice será imprescindible que estudiemos el mapa para encontrar los mejores caminos, las menores pendientes o los posibles refugios en caso de que el tiempo se vuelva inclemente. Un reto para deportistas y senderistas o para los amantes de la naturaleza. Como cazar animales exóticos pero sin rebajar el índice catastral de la biodiversidad del lugar. Y, además, los caza-vértices ya están tan organizados que en el servidor de fotos gratuito Flickr se cuelgan instantáneas de sus últimas capturas para descubrir quien posee más vértices disecados en la pared del salón.
Incluso asociaciones como la Asociación Cultural Sakura, de Hellín, Albacete, propone el desafío de generar vistas panorámicas de 360 grados con cámaras fotográficas desde diferentes vértices geodésicos, para luego poder navegar, mediante fotos, de un vértice a otro, como diapositivas tridimensionales interconectadas topográficamente. Encontrarse con un vértice geodésico inesperadamente debe de ser parecido a toparse con un trébol de cuatro hojas. O con un duende del bosque.
Los vértices geodésicos se dividen en tres categorías:
1) De Primer Orden: los que distan entre sí unos 40 kilómetros de distancia. Es la que posee mayor precisión
2) De Segundo Orden: los que distan entre sí unos 20 kilómetros de distancia.
3) De Tercer Orden: los que distan entre sí entre 4 y 5 kilómetros de distancia.
Todos los vértices de las redes más grandes son, a su vez, vértices de las más pequeñas, lo que provoca que todo el mundo esté comunicado a través de los vértices empleando el mismo sistema de coordenadas.
Pero aún hay más, como veréis en la próxima entrega de esta serie de artículos sobre los vértices geodésicos.
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