En día ya reseñamos la anterior obra, incomensurable, brillante, necesaria de Ben Goldacre: Mala ciencia: no te dejes engañar por curanderos, charlatantes y otros farsantes. De modo que era inevitable que su siguiente obra fuera reseñada por aquí: Mala Farma.
Sin embargo, Mala Farma es una obra más difícil, no tanto porque el contenido lo sea, sino porque el lector debe abordar el mismo con mayor dosis de prudencia. Básicamente porque muchos de los argumentos que se esgrimen aquí se parecen a los esgrimidos por los que defienden las medicinas alternativas y las pseudociencias. Esto es: que las farmacéuticas son el coco, que no debemos fiarnos de ellas, y por extensión tampoco de los médicos, ni de los investigadores, y por tanto hay que empezar a confiar en remedios más naturales, en consejos de personas de bien que no necesariamente lleven bata blanca, etc.
Mala Farma también puede resultar más aburrido al lector corriente: se recogen casos en los que las farmacéuticas han logrado superar los filtros científicos y hasta epistemológicos para hacer fortuna, y tanto el diagnóstico técnico de estos filtrajes, como las posibles soluciones, que interesará mucho más a médicos, investigadores o personas relacionadas con el ámbito médico (por ejemplo, esos farmacéuticos que venden alegremente flores de Bach).
Que quede algo bien claro antes de empezar: en el caso de estudios clínicos financiados por la industria, lo más probable es que se obtengan resultados positivos, a diferencia de lo que sucede en estudios clínicos independientes. Es la premisa fundamenta del libro, y el capítulo que están a punto de leer es en realidad muy breve, porque se trata del fenómeno mejor documentado en el creciente campo de la “investigación sobre la investigación”; un fenómeno cuyo estudio, además, ha mejorado en los últimos años porque la reglamentación relativa a la financiación industrial se ha vuelto algo más transparente. Abordaremos este tema a partir de algún trabajo reciente. En 2010, tres investigadores de Harvard y Toronto reunieron todos los estudios clínicos relativos a cinco clases principales de fármacos (antidepresivos, antiulceroso, etc.) y los evaluaron con arreglo a las dos características clave de si eran positivos y estaban financiados por la industria. De los más de quinientos estudios clínicos examinados, el 85 % de los financiados por la industria eran positivo, frente a solo el 50 % de los financiados por el gobierno. Una diferencia muy significativa.
La obra nos ha inspirado para escribir artículos como Los científicos son un fraude; la ciencia, no o ¿Cómo sabe el médico cuál es el mejor medicamento que debe recetar? Malas noticias: demasiadas veces no lo sabe.
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