Este libro es especial por tres razones. La primera razón es que, gracias a este libro, me estrené en la divulgación científica en Xataka Ciencia, allá por enero de 2009. Lo hice escribiendo los siguientes artículos inspirados en él:
La belleza estéril: el síndrome de insensibilidad al andrógeno
En sus marcas, listos, ¡ya!: la competición de espermatozoides
Los olores de la vagina
¿Las mujeres son tan violentas como los hombres?
La segunda razón es que os estoy hablando de un libro de mi autora favorita: la ganadora del premio Pulitzer Natalie Angier. Supongo que la recordaréis: os la mencioné cuando reseñé su libro El Canon.
La tercera y última razón es que este libro, Mujer, una geografía íntima, descodifica ese gran misterio que es la mujer, como diría el Dr. Emmett Brown.
Si en El canon, Angier se revelaba como una divertida y lenguaraz escritora sobre toda clase de asuntos relacionados con la ciencia, aquí la encontramos algo más contenida y solemne, aunque sin perder ni un ápice de su frescura, rigurosidad, cercanía y, por qué no, ese tono propio de Lorelai Gilmore que tanto la caracteriza.
Mujer, Una geografía íntima constituye una minuciosa investigación en la que afloran todo tipo de datos fascinantes acerca de las mujeres, desde el ámbito de cuerpo hasta el de su comportamiento, desde el punto de vista de la literatura, la historia, la medicina, el arte o la ciencia. ¿Cuál es la finalidad del orgasmo? ¿Por qué las mujeres se emperejilan más para otras mujeres que para los hombres? ¿La leche materna es más fascinante de lo que parece? ¿Y los senos, por qué son como son?
Una radiografía del cuerpo, la mente y el alma de la mujer, tan erudita y exhaustiva que, tras su lectura, uno no podrá seguir contemplando a una fémina tal y como lo hacía antes. Por ejemplo, ¿sabíais que el ser humano es femenino por naturaleza y que el sexo masculino nació derivativamente del femenino? El hombre, en genérico, debería llamarse mujer, pues el hombre no es más que una mutación de la mujer.
La primera parte del libro es un recorrido por el cuerpo femenino, de lo más pequeño, como el óvulo, a lo más grande, como los senos o el enigmático clítoris. Esta primera parte se hace un poco más pesada en algunos tramos, sobre todo en los que hay demasiados detalles técnicos, que pueden desalentar a los no iniciados en biología. Pero Angier recurre a su mejor sentido del humor para hacer llevadera la mayoría de la carga. Sin embargo, la segunda parte gana en interés, la orientada a desvelar los matices del comportamiento de las mujeres: los altibajos emocionales de la menstruación, los motores del amor, los desencadenantes de los celos y demás.
Como la propia Angier admite en su prólogo, este libro interesará a hombres y mujeres, pero su tono, sus llamadas a la complicidad, su ironía, toda su carga de profundidad está dirigida específicamente a las mujeres, a las que no dudará en llamar en más de una ocasión como “hermanas”. Pero no creáis que Natalie Angier usa este libro como alegato feminista, tal y como han aprovechado otras investigadoras como Louann Brizendine con su El cerebro femenino. Angier se vanagloria de su sexo, pero en ningún momento lanzará indirectas al sexo contrario. Angier en candorosa y humilde; Brizendine es una arpía.
Como muestra de la enjundia que se infiltra en cada página de este libro, sólo basta con repasar los títulos de algunos capítulos: Decodificando el óvulo; Ventosas y Cuernos, el útero prodigio; Histeria de masas; Agua bendita, la leche materna; Nada como la mala fama, madres, abuelas y otras grandes damas; Aullidos de lobo y sonrisas de hiena, la testosterona y la mujer; De hógamos y otros sinsentidos, la psicología evolucionista en el diván.
La última vez que intenté buscar este libro en una librería, me dijeron que estaba descatalogado. Así que, si ese sigue siendo su estado, espero que esta reseña sirve para enmendarlo.
Y ahora, disfrutemos un poco de la prosa de Angier:
Hay otras razones obvias por las que el cerebro de una niña puede decidir que centrar la atención en la apariencia es la vía más rápida hacia el poder. Hay demasiadas revistas de belleza, muchas más de las que había cuando yo era una niña prepubescente, hacia 1970. (Entonces ya había demasiadas). En los supermercados hay cajas de salida sin golosinas para padres que no quieren que sus hijos se pongan a berrear por una chocolatina mientras esperan en la cola para pagar. ¿Dónde están las cajas sin revistas para mujeres? ¿Dónde están las cajas para escapar del fascismo de la Cara? Cualquier chica sensata y observadora acaba llegando a la conclusión de que su aspecto es muy importante, de que puede controlar su rostro, igual que controla su cuerpo, mediante el maquillaje, un adecuado régimen de cuidados faciales, un análisis de sus rasgos, y manteniéndose siempre en guardia y pensando sobre ello. No es extraño que una chica pierda su confianza. Si es lista, sabe que es una tontería obsesionarse con la apariencia y acabar desilusionada y deprimida. ¿Para eso aprendió a leer, a hablar un español pasable y a hacer cuentas? Pero aunque sea lista, ha observado la ubicua Cara y conoce su asombroso poder; y quiere ese poder. Una chica quiere conocer los posibles poderes, y todo indica que un cuerpo controlado y una cara bonita prácticamente garantizan una feminidad poderosa.
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