El número de concurrentes en cualquier protesta multitudinaria suele ser inversamente proporcional al número de personas que saben lo que dicen (o simplemente saben qué hace ahí, como ovejas conducidas al redil, porque carecen de la información necesaria para entender un problema complejo).
Al menos, el nivel educativo de los manifestantes resulta significativo tras consultar perfil sociodemográfico de manifestantes entre los años 1980 y 2008, según el CIS.
Si se añade el elemento "violencia", entonces el número del segundo grupo incluso puede llegar a cero; dándose la paradoja de que son precisamente las personas más gregarias y adocenadas las que protestan más enérgicamente, y las más críticas y libres, las que no lo hacen.
Esta es la primera idea, pam, en la frente, que desliza el activista medioambiental Michael Shellenberger en su libro No hay apocalipsis: Por qué el alarmismo medioambiental nos perjudica a todos.
Shellenberger alude así en sus primeras páginas a propósito de las violentas y cerriles protestas ecologistas de Extinction Rebellion en Londres, a principios de octubre de 2019. "La Tierra se está muriendo", decían. Lo que, obviamente, justificaba cualquier desmán por su parte.
Ecologismo racional e ilustrado
Esta anécdota fue, entre otras cosas, lo que motivó a Shellenberger a escribir este libro: porque la conversación sobre el medioambiente se ha descontrolado a lo largo de los últimos años.
No hay apocalipsis: Por qué el alarmismo medioambiental nos perjudica a todos (Sin colección)
Su intención, pues, es acabar con la exageración, el alarmismo y el extremismo propios de una niña con trenzas, que son el enemigo del ecologismo positivo, humanista y racional ("No quiero que tengas esperanza, decía Greta Thunberg, "quiero que entres en pánico"). Y la gente, incluso la que estaba mucho más formada que ella, asentía compungida. O al menos fingía que lo hacía.
Dentro del panorama actual, pues, libros como este son necesario. Por supuesto, no estamos ante la Biblia, pero es un contrapeso que permite equilibrar el fiel de la balanza de otras publicaciones que sí que pasan por ser la Biblia, y que además se hallan demasiado inclinadas hacia la alarma, un pack ideológico indisociable muy concreto y una suerte de romantización de la protesta (como si la protesta multitudinaria y muy enconada, en sí misma, legitimara una idea).
Y, sobre todo, este libro permite hacer una lectura más en profundidad de lo que señalan los científicos y los ecólogos (que no los ecologistas) sobre lo que pasa en el mundo y hasta qué punto pueden pronosticar lo que va a pasar.
Como todo tema espinoso, mal haríamos si no tuviéramos una visión poliédrica de las soluciones al problema que nos atañe: nada menos que la supervivencia de la especie humana, o al menos de su bienestar y prosperidad.
Porque, en la mayoría de los países desarrollados, las emisiones de carbono se han ido reduciendo durante más de una década tras haber alcanzado su máximo. Las muertes debidas a condiciones climáticas extremas, incluso en las naciones pobres, ha disminuido un 80 por ciento en las últimas cuatro décadas. Y el riesgo de que la Tierra se caliente hasta temperaturas muy altas es cada vez más improbable, gracias a la ralentización del crecimiento de la población y la abundancia de gas natural. ¿Qué hay realmente detrás del auge del ambientalismo apocalíptico? Poderosos intereses financieros. Deseo de estatus y poder. Pero sobre todo existe un deseo de trascendencia entre personas supuestamente laicas. Este impulso espiritual puede ser natural y saludable. Pero al predicar el miedo sin amor, y la culpa sin redención, la nueva religión no está logrando satisfacer nuestras necesidades psicológicas y existenciales más profundas.