Pasiones, piojos, dioses… y matemáticas y un ensayo sobre matemáticas, como puede intuirse por su título. Pero es mucho más. Casi podría catalogar de novela esta obra de Antonio J. Durán. O mejor dicho, un extenso diálogo entre el autor y una hipotética lectora.
Y hablan de matemáticas, claro. Porque las matemáticas es el tema central del libro. Pero casi lo hacen de una forma tangencial. De lo que más hablan es… de todo lo demás. De personajes históricos, de anécdotas, de literatura, de costumbres, de mitología, de guerras, de Egipto, de Mesopotamia, de la Polonia ocupada por los nazis. Y a veces, de una forma sutil, todo ello queda finalmente explicado y justificado por alguna noción matemática.
Por esa razón, el libro nos ha inspirado entradas como Los fractales en la pintura de Pollock, El cuaderno escocés o Se busca alimentador de piojos.
Es lo que ha conseguido Antonio J. Durán, un catedrático de Análisis Matemático de la Universidad de Sevilla, que al estilo de José Antonio Marina, ha “narrado” lo que en manos de otro sólo hubieran sido un montón de números. Ha convertido una disciplina propia de las ciencias puras casi en una disciplina de letras puras.
O quizá las ha mezclado armoniosamente, alfanuméricamente, como un hombre del Renacimiento.
Si no os lo creéis, leed cómo inicia el capítulo titulado Qué son las matemáticas:
El diccionario de la Real Academia Española establece como primera acepción para “hecatombe” la de “sacrificio de cien reses vacunas u otras víctimas, que hacían los antiguos a sus dioses”. No son pocas las hecatombes de las que quedan vestigios en los anales del mundo antiguo. Encontramos varias en la “Ilíada” y la “Odisea”; los Juegos Olímpicos solían comenzar con una; y también Heródoto se refiere a algunas en “Los nueve libros de la Historia”.
No siempre son esas hecatombes antiguas las canónicas de cien bueyes. Dependiendo de las circunstancias y los dioses a los que se pretendía agradar, encontramos también sacrificios de carneros, cabras, y otro ganado de, digamos, inferior categoría y prestancia; y no siempre eran cien los animales sacrificados, pues tenemos noticia de hecatombes muy disminuidas donde tan sólo se inmolaron una docena de víctimas e, incluso, alguna hubo tan mínima que sólo dio para el sacrificio de un único animal. Con seguridad la más descomunal de todas las hecatombes fue la que ofreció Salomón al consagrar el célebre Templo que erigió a Yahvé en Jerusalén: según la Biblia, Salomón ordenó sacrificar ¡22.000 bueyes y 120.000 ovejas! Un sacrificio considerable, sin duda, pero acaso acorde con otros excesos de ese rey judío de quien se nos dice que tuvo 700 mujeres con rango de princesas y 300 concubinas; y todavía le quedaron fuerzas, y ganas, para gozar también de la reina de Saba, esa mujer que todos los cronistas describieron como exquisita.
Editorial Destino
Colección Imago Mundi
480 páginas
ISBN: 978-84-233-4127-6
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