Durante la Segunda Guerra Mundial, el historiador Barthold Georg Niebuhr escribía que el grupo acostumbra a ser más arrogante, hipócrita, egocéntrico e implacable en la persecución de sus objetivos que el individuo. Por eso, cada vez que un grupo enarbole un conjunto cualquiera de ideas, hemos de ponernos a la defensiva, mucho más que si lo hace un solo pensador.
No importa que el grupo persiga el bien o muestre un reflejo empático mayor del habitual, ni tampoco quienes conformen ese grupo, ni el nivel intelectual de cada uno de ellos ("100 individuos, que por separado pueden constituir un conjunto distributivo de 100 sabios, cuando se reúnen pueden formar un conjunto atributivo compuesto por un único idiota", que diría el filósofo Gustavo Bueno). Por todo ello, hasta el grupo más aparentemente prístino merece escrutinio a fin de sacar a la luz sus defectos, sus exageraciones, sus sesgos endogrupales. Ninguno puede estar libre de ese examen. Ni siquiera el feminismo.
Feminismo hegemónico
Es por ello que cada vez surgen voces más críticas con algunas de las corrientes feministas actuales, o algunas de sus derivadas más pop, representadas en personajes mediáticos como Leticia Dolera, Irantzu Varela o las autodenominadas Towanda Rebels. Algunas de esas voces disidentes, acaso las más potentes, han prosperado en YouTube, hasta hace poco una plataforma dominada casi en exclusiva por gamers. En otros casos, han sido los académicos e intelectuales más críticos los que se han tenido que organizar por internet a través de podcast o blogs, como el caso de la Intellectual Dark Web, que ya mencionamos por aquí no hace mucho. Porque la rentabilidad económica es el faro ideológico de los medios convencionales, en el mejor de los casos, o el sesgo ideológico de los accionistas, en el peor, como ya dijo en 1965 Paul Sethe, fundador del prestigioso rotativo Frankfurter Allgemeine Zeitung: "la libertad de prensa es la libertad de que doscientas personas ricas expresen sus opiniones".
Uno de estos youtubers que más influencia ha tenido en el movimiento crítico contra algunas facetas del feminismo actual es Un Tío Blanco Hetero (UTBH), un pseudónimo genial porque se reapropia del insulto que probablemente recibirá de sus criticados y/o ofendidos para cosificarlo. Algo así como el WEIRD de las políticas identitarias, acrónimo de blanco (white), educado (educated), industrializado (industrialized), rico (rich) y democrático (democratic). Un tipo que, a pesar de ocultarse en una suerte de profiláctico y unas gafas oscuras, ha logrado divulgar muchas fisuras del pensamiento posmoderno que nos invade por los cuatro costados, y con un sostén argumentativo y científico jalonado de fuentes que ya querrían para sí muchos divulgadores canónicos.
Uno podrá estar de acuerdo o no con UTBH, pero lo que no debería hacer es desdeñar su discurso simplemente porque resulta indigesto para el mainstream. Si tenemos la mente abierta, cuando menos UTBH suscitará lo más importante: actividad raquídea, reflexión, replanteamiento de las asunciones comúnmente creídas. Y, sobre todo, quintales de datos estadísticos que pondrán en solfa nuestro sentido común (ese sentido que, de usarse en exclusiva, nos debería estar empujando a seguir creyendo que la Tierra es plana):
La recopilación y puesta en conjunto más exhaustiva y rigurosa en torno a la violencia en el ámbito doméstico es la llevada a cabo por el PASK (Partner Abuse State of Knowledge Project). Se consideraron aproximadamente 12.000 estudios de distintas partes del mundo y aproximadamente 2.000 se resumieron y organizaron en tablas, concluyendo que, excepto en lo referente a la coacción sexual, hombres y mujeres perpetran abusos físicos y no físicos en porcentajes similares, la mayor parte de la violencia doméstica es mutua, las mujeres son tan controladoras como los hombres y la violencia doméstica de hombres y mujeres está correlacionada con los mismos factores de riesgo y sus motivaciones son similares en ambos casos.
Para escribir el libro, UTBH ha asumido con tanta humildad la empresa que ha querido hacer equipo con Leyre Khyal, antropóloga y sexóloga, que cimienta su discurso con fuentes más primarias a fin de hacer una radiografía histórica y sociológica del problema; por ejemplo, a la hora de analizar todos los equívocos que acarrean términos como "patriarcado" o "heteropatriarcal", palabras que han demudado en comodines para desestimar cualquier crítica (al igual que "nazi" o "facha" se usan de forma también arbitraria para atajar un argumento a la contra, o "tío blanco hetero" como forma de desarticular una idea que cuestione a una minoría cualquiera).
Al alimón, pues, han escrito Prohibir la manzana y encontrar la serpiente. Una aproximación crítica al feminismo de cuarta generación (Deusto), un texto que ha sido convenientemente dividido respectivamente en sus dos voces, que aparecen alternativamente para analizar desde los orígenes del patriarcado hasta la miopía de los datos estadísticos que existen a propósito de homicidios en España, pasando por fenómenos como el #MeToo, el caso de la Manada y otras noticias de actualidad acaecidas en el ámbito español.
Sin olvidarnos de el posmodernismo que sustenta todo este pensamiento débil, la asunción de que todo tiene un origen más social que biológico, que el eterno debate Nature VS Nurture parece que ya está zanjado en favor del Nurture por parte de muchos intelectuales de humanidades o el pensamiento de izquierdas en general. O como muy bien lo resume el prologuista del libro Julio Valdeón aludiendo a las palabras de James Lindsay en la revista Quillette:
"Los estudios de género, que abarcan conceptualmente la teoría feminista, casi no tienen representación en las mil revistas académicas más significativas (Gender & Society, la principal entre ellas, se sitúa orgullosamente en el número 824 del ránking), pero es difícil ignorar muchas de las más recientes consecuencias de la teoría feminista en el mundo real". Dicho de otra forma, una panoplia de departamentos universitarios y/o pensadores sin excesivo prestigio han logrado el milagro de resultar tremendamente influyentes en el periodismo y, por supuesto, en los programas y discursos electorales.
A pesar de la aterradora superficialidad y carencia de datos de los estudios de género, no ya digamos de sus propagadores en los medios de comunicación, uno no puede por más que recordar a Groucho Marx en la película Sopa de ganso (1933): "¿A quién va a creer, a mí o a sus propios ojos?". La respuesta mayoritaria parece ser la primera. Como si la teoría feminista se hubiera erigido como una suerte de culto religioso dirigido por el carisma de sus popes. Un culto religioso que, sin embargo, se ha infiltrado ya en la política.
Y, como bien señala el psicólogo cognitivo Steven Pinker en su libro En defensa de la Ilustración, autor que también se cita en Prohibir la manzana y encontrar la serpiente, el partidismo político es como el fanatismo deportivo, y "los niveles de testosterona suben o bajan en la noche electoral como en el domingo de la Super Bowl". Por eso, por mucho que nos creamos convencidos o legitimados en nuestras ideas políticas, nunca debemos olvidar que muchas de ellas se fraguan en la improvisación, el impulso o la necesidad de enfrentarnos a los que consideramos el enemigo (los de derechas, los de izquierdas, los hombres, las mujeres, los ecologistas, los capitalistas...). Lo mismo sucede con el feminismo.
Libros como éste, pues, no solo son necesarios, sino valientes, casi suicidas, porque tratan de plantarse delante de una turba de hooligans vocingleros el domingo de la Super Bowl y espetar: "¿os habéis planteado que quizá estéis equivocados?".
El debate sobre la sexualidad y el género es una de las grandes controversias de nuestro tiempo. Un debate que nos ha obligado a repensar las relaciones con los otros, nuestras ideas políticas y hasta nuestra intimidad. Y, al mismo tiempo, se ha llevado por delante la disidencia razonable, haciendo que el feminismo haya dejado de ser una llamada a la libertad individual para convertirse en un activismo organizado. Posiblemente, la gran trampa haya sido creer en la posibilidad de construir una sociedad sin sistema de género, obviando el hecho de que la normativa sexual es el esqueleto de todas las culturas. Porque, en contra de lo que afirma cierto feminismo, el género tiene una base biológica y no sólo se trata de una construcción social.
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