Hace unos años, Carl Sagan decía que "vivimos en una sociedad profundamente dependiente de la ciencia y la tecnología y en la que nadie sabe nada de estos temas. Ello constituye una fórmula segura para el desastre". Ahora, Sagan se sorprendería de que las cosas no han mejorado demasiado a pesar de que hay más información que nunca y más plataformas que la difunden de formas creativas y sugerentes.
¿Cómo es posible esta paradoja? Principalmente por dos motivos: si bien la información es poder todavía no disponemos de suficientes herramientas para discernir cuál es la información correcta de la incorrecta. Y el segundo motivo, quizá el más importante, es que la particular circuitería de nuestro cerebro nos predispone a ser víctimas de mitos y supercherías.
Un disolvente de mitos perentorios
Ante prolifereación exponencial de ideas sin sustento científico, algunas inocuas y otras profundamente peligrosas, libros como ¡Que se le van las vitaminas! son más necesarios que nunca. Escrito por esa voz alfanumérica que es capaz de hibridar tan bien dos espacios de la cultra que jamás deberían de haberse escindido (ciencias y letras) que es Deborah García Bello, el volumen es mucho más que una colección de mitos tan arraigados como liendres: también es la constatación de que todos nosotros podemos tropezar en esta clase de virus mentales que proporcionan una ilusión de certidumbre.
De hecho, el libro termina con un epílogo que deberíamos tatuarnos todos. Que es más honesto y valiente admitir que no sabemos algo, que somos ignorantes de casi todo, antes que improvisar una explicación tanto para los demás como para nosotros mismos.
Con todo, incluso los más escépticos y críticos pueden abrazar ideas sin sustento. Porque éstas se cuelan en nosotros sin apenas darnos cuenta. Es como si nuestro cerebro hubiera evolucionado de tal forma que fuera particularmente susceptible a confiar en ideas que estén reforzadas por tres prejuicios básicos:
-Amimefuncionismo: como nuestro cerebro acostumbra a confundir la correlación con la causalidad (es decir, que una cosa pase después de otra no significa necesariamente que una sea consecuencia de la otra), tendemos a afirmar que algo nos ha beneficiado o nos ha perjudicado sin ser realmente así. Si añadimos a esta dinámica psicológica el efecto placebo, la sensación de que nos sentimos mejor cuando tomamos algo que creemos que nos beneficia, o el efecto nocebo, justo lo contrario, entonces el aserto "a mí me funciona" se convierte en una prueba indubitable.
-Argumento de autoridad: la tendencia a creer más en las afirmaciones de alguien a quien consideramos experto en el tema o sabio en general. Éste puede ser el vecino del quinto, o incluso un premio Nobel. Pero como la misma Deborah García Bello señala, el dos veces Premio Nobel, Linus Pauling defendió la idea de que la vitamina C reduce la probabiliad de contraer un resfriado. Esto no es cierto, pero continúa repitiéndose y el consumidor busca productos con un extra de vitamina C para combatir su resfriado. En una conversación de bar, cualquier podría aducir que lo de la vitamina C es cierto porque nada menos que un doble premio Nobel lo dijo, lo que automáticamente evitaría cualquier cuestionamiento.
-Síndrome de Frankenstein: la idea de que la ciencia y los avances tecnológicos implican obligatoriamente una suerte de pacto fáustico en el que debemos pagar un tributo en forma de degradación social, moral o medioambiental. Si bien eso es cierto en algunos casos, en la mayoría ocurre lo contrario. Sin embargo, la cultura popular no concede ni una mínima discrepancia: ¿Cuántas películas hay en las que se presente la ciencia y la tecnología como algo bueno y positivo? ¿Cuántas distopías podemos contar frente a las utopías? A todo ello se suma la idea, también errónea, de lo que natural siempre es mejor o más saludable que lo artificial, cuando a veces es justo al revés.
Tal vez por todo ello, los mitos persisten. Los antivacunas suelen ser personas muy informadas. Hay facultativos que llegan a prescribir homeopatía. Se imparten cursos de pseudociencias en universidades. Y hasta la persona más culta e informada se forma ideas completamente equivocadas del mundo natural. Y precisamente por eso, libros como éste, que te explican por qué no hay diferencia entre el azúcar blanco y el moreno, que las ondas electromagnéticas del móviles son inocuas o que no existe una copa de vino saludable recurriendo a fuentes confiables como son los estudios científicos, deberían estar siempre en los el podio de los más vendidos de cualquier librería.