Reconozco una afición desmedida por todo lo que haga Bill Bryson. Sus libros de viajes, os lo garantizo, es de lo más divertido que he leído en mi vida, sobre todo uno que tiene dedicado a los aspectos menos conocidos de la vida estadounidense. Incluso su biografía de Shakespeare, aunque más árida, tiene un punto de atractivo del que carecen la mayoría de biografías. También disfruté como un enano con su autobiografía, sí, la propia infancia de Bryson. Y lástima que sus divertidos ensayos sobre la lengua inglesa sea difícilmente traducibles.
Y es que Bryson, además de un gran comunicador, es un tipo entrañable. Suele incluirse en sus narraciones como una persona patosa y distraída, aunque con una capacidad inusual para ver en lo cotidiano la épica de lo exótico. (Si leéis su libro de viajes sobre Australia entenderéis lo que quiero decir).
Bryson es tan cercano y ameno que, incluso, hizo una incursión en la divulgación científica. Nada menos que un libro que trata de manera general todos los conocimientos que atesoramos sobre ciencia. Y de nuevo lo consiguió: al leerle no sentimos que leemos a un profesor sabelotodo sino un abuelete simpático que nos cuenta sus batallitas con ese brillo en los ojos del que se emociona con la más mínima cosa.
En Una breve historia de casi todo, Bryson ha conseguido explicar lo que figuraría en cualquier libro de texto de ciencias del colegio de una manera totalmente nueva, divertida y apasionante. Por ejemplo, después de haber terminado esta lectura me doy cuenta de que apenas sabía cómo funcionaba realmente una célula. Sí, todos hemos visto los clásicos dibujos didácticos de la célula en nuestros libros del colegio. Todos hemos leído el funcionamiento esencial de la célula. Pero todo ello lo hemos olvidado o lo recordamos como un estomagante manual de instrucciones de algún electrodoméstico alemán. Éramos incapaces de imaginar cómo era la vida de una célula, salvo los que habíamos visto Érase una vez la vida, que la imaginábamos como un microcosmos de personajes de dibujos animados, lo cual puede ser muy entretenido pero en absoluto aleccionador.
Y sólo estoy mencionando la punta del iceberg de este grandioso libro, tanto por sus hechuras como por su contenido.
Como el mismo Bryson advierte en el prólogo de Una breve historia de casi todo, de joven nunca veía saciadas sus verdaderas dudas cuando miraba sus libros de texto de ciencias. Podía ver, por ejemplo, las capas internas de la tierra, el núcleo de magma… pero su manual no ahondaba en los interrogantes que cualquiera se plantearía ante semejante imagen: ¿cómo es posible que no notemos el calor de ese infierno que hay bajo tierra, por ejemplo?
Con esta actitud casi infantil de preguntárselo todo aunque parezca tonto, Bryson condensa trece mil millones de años de historia de una forma tan divertida, con tantas anécdotas y guiños al lector, que uno consume las páginas a una velocidad endiablada. Apenas me cabían las anotaciones en los márgenes de las páginas. Y es que, como decía Jorge Wagensberg, no hay que confundir rigor científico con rigor mortis. No en vano, Una breve historia de casi todo ya es todo un bestseller en diversos países, y el otro día pude ver una nueva edición ilustrada, gigantesca, lujosísima, no apta para todos los bolsillos, que parecía una Biblia, la Biblia antioscurantista.
Bienvenido. Y felicidades. Estoy encantado de que pudieses conseguirlo. Llegar hasta aquí no fue fácil. Lo sé. Y hasta sospecho que fue algo más difícil de lo que tú crees. En primer lugar, para que estés ahora aquí, tuvieron que agruparse de algún modo, de una forma compleja y extrañamente servicial, trillones de átomos errantes. Es una disposición tan especializada y tan particular que nunca se ha intentado antes y que sólo existirá esta vez. Durante los próximos muchos años –tenemos esa esperanza-, estas pequeñas partículas participarán sin queja en todos los miles de millones de habilidosas tareas cooperativas necesarias para mantenerte intacto y permitir que experimentes ese estado tan agradable, pero tan a menudo infravalorado, que se llama existencia.
Por qué se tomaron esta molestia los átomos es todo un enigma. Ser tú no es una experiencia gratificante a nivel atómico. Pese a toda su devota atención, tus átomos no se preocupan en realidad por ti, de hecho ni siquiera saben que estás ahí. Ni siquiera saben que ellos están ahí. Son, después de todo, partículas ciegas, que además no están vivas. (Resulta un tanto fascinante pensar que si tú mismo te fueses deshaciendo con unas pinzas, átomo por átomo, lo que producirías sería un montón de fino polvo atómico, nada del cual habría estado nunca vivo pero todo él habría sido en otro tiempo tú.) Sin embargo, por la razón que sea, durante el período de tu experiencia, tus átomos responderán a un único impulso riguroso: que tú sigas siendo tú.
RBA Editores, 2004
511 páginas
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