Nuestro cerebro se revela como un incompetente a la hora de detectar la aleatoriedad. En cualquier sucesión de fenómenos establece patrones, generalmente ilusorios, que confunden los conceptos de azar, casualidad, causalidad y, incluso, riesgo, como podéis leer más ampliamente en La probabilidad de la improbabilidad.
William Feller fue un estadístico que puso de manifiesto hasta qué punto percibimos pautas donde nos las hay. Para eso nos tenemos que trasladar a la Segunda Guerra Mundial, en pleno bombardeo contra Londres.
Al analizarse las pautas de los bombardeos londinenses, los analistas creyeron descubrir que había zonas que quedaban extrañamente a salvo de los ataques. Eso sólo podía significar una cosa: que en tales emplazamientos se refugiaban espías alemanes.
Sin embargo, más tarde se volvió a analizar con más rigor la distribución de los impactos, revelándose que estaba sometida a un proceso aleatorio normal. Esa tendencia a la agrupación de los impactos, así como la existencia de zonas indemnes, era habitual también en un bombardeo aleatorio, aunque chirriara ante unos ojos escasamente adiestrados en estadística.
Cambio de ciclo en baloncesto
En deporte es muy habitual dejarse llevar por la intuición, los pálpitos, las sensaciones viscerales. A ese respecto, os recomiendo encarecidamente la película Moneyball, guionizada por Aaron Sorkin (La red social), donde la computación estadística deja en ridículo décadas de opiniones de expertos en béisbol.
Cuando un equipo pierde muchas veces seguidas, uno espera que se producirá un cambio de ciclo, y entonces llegarán las victorias esperadas. De hecho, este cambio de ciclo suele ser un mantra muy repetido para amortiguar las malas rachas o para otorgarle una importancia relativa a las buenas rachas ajenas.
Tom Gilovich y Robert Vallone llevaron a cabo un estudio al respecto en el baloncesto, donde es habitual que si un jugador hace tres o cuatro canastas seguidas le otorguemos el marchamo de bueno o habilidoso, con una propensión temporalmente aumentada de marcar tantos.
Los jugadores del equipo se adaptan a este juicio, pasándole con más frecuencia el balón. Y su defensa se duplica. Pero las cosas no siempre son lo que parecen, tal y como explica Daniel Kahneman en Pensar rápido, pensar despacio:
Los análisis de miles de secuencias de lanzamientos condujeron a una conclusión decepcionante: no hay algo así como una buena mano en el baloncesto profesional, ni en los lanzamientos desde el campo ni en los de faltas. Por supuesto, algunos jugadores son más precisos que otros, pero la secuencia de logros y lanzamientos fallidos satisface todos los tests de aleatoriedad. La buena mano está enteramente en los ojos de los espectadores, que con demasiada rapidez perciben orden y causalidad en la aleatoriedad. La buena mano es una ilusión cognitiva y masiva y extendida.
La mayoría de la gente reacciona negativamente a estas constataciones matemáticas, sintiéndose más a gusto con sus intuiciones. Ante este estudio, por ejemplo, el célebre entrenador de los Boston Celtics, Red Auerbach, espetó: “¿Quién es ese tipo? Habrá hecho un estudio. Pero me trae sin cuidado.”
Imágenes | National Archives and Records Administration | prettybea
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