Atención al siguiente número:
100977325337652013586346735487680959091173929274945...
¿Qué tiene de especial este número? ¿Qué tiene de mágico? Mucho más de lo que parece a simple vista. Hasta el punto de que hay personas que pagan dinero por números como éste.
El concepto de número aleatorio es francamente difícil de describir, pero supuestamente acabáis de haber leído uno de ellos. De hecho, es así como empieza un libro publicado en 1955 titulado Un millón de dígitos aleatorios.
La RAND Corporation fue la responsable de generar esta serie aleatoria de dígitos a través de lo que calificó como una ruleta electrónica: un generador de pulsaciones que emite 100.000 pulsaciones por segundo, controladas por un contador binario de cien puestos, pasadas luego por un conversor de binario a decimal, insertadas en una perforadora de IBM, e impresas posteriormente por un Cardatype IBM modelo 856.
Este proceso os resultará acaso demasiado complejo para obtener sólo un puñado de números presuntamente aleatorio. Pero la cosa es aún más exagerada: el proceso para la obtención de dichos números… duró años. Así de incalcanzable resulta la aleatoriedad.
Porque nuestro cerebro, nuestra intuición, tiende a generar patrones, incluso con asistencia mecánica. Por ello, una forma de descubrir si alguien ha manipulado unos números es simplemente examinando si hay demasiadas cifras poco redondas. La gente cree que las cifras redondas son menos probables que las “aleatorias”, y por tanto, para dar apariencia de autenticidad, la gente repartirá lo más regularmente posible todas las cifras del espectro. De la misma manera que la gente no suele comprar el boleto de lotería 55555, también empleará números lo más alejados posibles que ese 55555 o el 22222, a fin de que precisamente no parezca que los ha escrito alguien. Podéis leer más sobre ello en ¿La lista de de reproducción aleatoria del iPod realmente es aleatoria?
El libro Un millón de dígitos aleatorios tuvo muchos compradores, la mayor parte científicos. Porque los números aleatorios son necearios para los científicos. Los compran al por mayor, como sacos de judías. Gracias a esos números son capaces de diseñar experimentos estadísticamente válidos y para construir modelos realistas de sistemas complejos.
Abunda en ello James Gleick en su libro La información:
Von Neumann se dio cuenta de que una computadora mecánica, con sus algoritmos deterministas y su limitada capacidad de almacenamiento, no podría generar nunca números verdaderamente aleatorios. Tendría que conformarse con números pseudoaleatorios: números generados de forma determinista que se comportaran como si fueran aleatorios. Eran lo bastante aleatorios para su uso con fines prácticos.
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