Los accidentes de tráfico son noticia regularmente en los medios de masas, sobre todo en las grandes operaciones salida de las vacaciones. Desde los medios se nos advierte que resulta inaceptable que tanta gente muera al volante. Cada vez hay multas más elevadas para los infractores al volante y, sobre todo, cada vez hay más restricciones en la carretera: descender la velocidad máxima permitida, por ejemplo, hasta alcanzar el un ritmo de sepelio (los que acceden a grandes ciudades sabrán a lo que me refiero).
Cómo se trata el fenómeno de los accidentes de tráfico se parece bastante a cómo se trata el fenómeno de los atentados terroristas (podéis profundizar en ello en el artículo Avalanchas de rarezas: posibilidades matemáticas de morir). No sólo porque morir en un atentado terrorista es una posibilidad remota (y morir en un accidente de tráfico también, como veremos más adelante), sino porque existe una obsesión generalizada por magnificar las cifras, rodearlas de claves emotivas a fin de que se suspenda nuestro sentido crítico.
La razón de que los gobiernos de muchos países impulsen y promuevan ideas como que debe alcanzarse las cero víctimas al año en accidentes de tráfico es difusa. Quizás ellos también están contaminados del alarmismo anumérico. Quizás sugieren estas ideas falsas a fin de evitar el enorme coste económico que supone un accidente de tráfico para las arcas del Estado (en ese sentido, fomentar el miedo y mentir sería hasta cierto punto admisible).
Pero las razones no importan. Si preferís seguir pensando que viajar en coche es peligroso, no sigáis leyendo. Si preferís saber la verdad a pesar de las consecuencias nocivas que ello podría llevar aparejadas (un cierto relajo a la hora de coger el coche, por ejemplo), adelante: conducir no entraña demasiados riesgos, es sólo un poco menos peligroso que os quedéis sentados en el sofá de vuestra casa.
Pero esto no fue siempre así. A principios de los años 1950, cuando el automóvil se hizo inmensamente popular en Estados Unidos y por sus carreteras circulaban unos 40 millones de vehículos, la tasa de mortalidad en accidentes de tráfico aumentaba de manera alarmante. Y es que en 1950 murieron en EEUU casi 40.000 personas en accidentes de tráfico.
Es una tasa de mortalidad similar a la actual en el mismo país. Pero hay algo diferente: entonces se recorrían muchos menos kilómetros que ahora. O dicho de otro modo más justo: la tasa de mortalidad por kilómetro era 5 veces mayor en 1950 que ahora.
Y ahí está precisamente el quid de asunto: nunca escucharéis en las noticias de la televisión o en los discursos políticos la mención de “tasa de mortalidad por kilómetro recorrido”. La gente sólo habla de muertos, independientemente del tiempo que pase la gente en el coche y de los kilómetros que recorra. Es decir: la gente en realidad no está diciendo nada, sólo datos aislados que no pueden calibrarse como alarmantes o no.
Antes la gente moría a mansalva al volante de su coche básicamente por un factor. Bien, había muchos: coches defectuosos, carreteras peor diseñadas, conductores más temerarios… pero había un factor por encima de cualquier otro. Un factor que descubrió Robert Strange McNamara.
Lo descubriréis en la próxima entrega de este artículo.
Vía | El hombre anumérico de John Allen Paulos / Superfreakonomics de Steven D. Levitt y Stephen J. Dubner
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