Tal y como os adelantaba en la primera entrega de este artículo, las matemáticas son importantes para entender mejor la cantidad de dinero que estamos gestionando. El presidente de la Junta Directiva del Deutsche Bank, Josef Ackerman, en el año 2006, ganó 12 millones de euros. Si trabaja 60 horas a la semana y no se toma vacaciones, resulta que por cada hora de trabajo ha percibido 3.846 euros. Si redondeamos a 3.600 euros, resulta de Ackerman ha ganado 1 euro por segundo. Repetid conmigo: 1 euro por segundo. En un solo minuto ganaría 60 euros, más de lo que gana mucha gente corriente en una jornada laboral de 8 horas. Tanto es así que si Ackerman, mientras teclea en su ordenador, se da cuenta de que hay un billete de 5 euros en el suelo, partiendo de la base de que dejará de ingresar su sueldo si deja de trabajar, entonces debería dedicar menos de 5 segundos para recoger dicho billete, a fin de que el esfuerzo le sea rentable.
Christoph Drösser, en su exitoso libro La seducción de las matemáticas, propone otras analogías del mundo germánico, abundando también en el sueldo de Ackermann:
He aquí otra comparación que ilustra cuánto ganan los directivos mejor pagados: el señor Ackerman tiene que trabajar durante 345 segundos, apenas 6 minutos, para cobrar el equivalente al importe base del subsidio de desempleo. (…) Un Eurofighter le cuesta al contribuyente 75 millones de euros. Dividido por el importe base del subsidio y después entre 12, el resultado es de unos 1.8000, y este es el número de beneficiarios del subsidio de desempleo que hay en una ciudad como Bochum. Claro que no se puede cambiar una cosa por otra, no son lo mismo. Tampoco está de más contar con un avión como ese. Ahora biene, Alemania no ha pedido solo una de esas aeronaves, sino nada menos que 180.
El propio Drösser admite que quizá sus analogías son demagógicas, y que no se pueden comprar peras con manzanas: necesitamos una fuerza de combate para defender el país (tal vez). Pero tales cifras nos pueden servir de mucho, porque quien defienda este tipo de inversiones no solo debe argumentar en términos cualitativos (“lo necesitamos porque…”), sino también cuantitativos (podemos permitirnos ese gasto”).
En ese sentido, hay temas en los que parece que no importan los términos cuantitativos, solo los cualitativos. Es posible que tales temas existan, pero lo que es innegable es que muchos de los que aceptamos como tal no lo son. Un buen ejemplo es la defensa de la diversidad lingüística, o la protección de la lengua que se habla en tu casa, en tu bloque de edificios, en tu barrio, en tu ciudad, en tu provincia, en tu comunidad autónoma, en tu país (poned la frontera donde queráis), ya sea lengua, dialecto o acento (las fronteras aquí también son bastante arbitrarias, sobre todo en el tema que nos atañe), en el contexto de una identidad nacional, histórico, cultural o cualquier otro término vacuo que ni siquiera los expertos se ponen de acuerdo en definir unívocamente.
Entonces los recursos empleados parecen lo de menos porque se estima que la supervivencia de una lengua es un bien en sí mismo, un bien tan positivo que no es de recibo cuestionar su coste, ni económico ni social. Algo que ni siquiera los lingüistas se ponen de acuerdo, y que, además, expertos como Noam Chomsky , Steven Pinker o Anna Wierzbicka consideran un tanto estéril: las lenguas no influyen en nuestra cosmovisión y la eliminación de lenguas, por tanto, no influye en la variedad cultural o mental del mundo.
Podéis leer un análisis más ponderado sobre este tema en mi serie de artículos ¿Es la diversidad lingüística una ventaja en sí misma? ¿Debemos evitar la extinción de las lenguas?
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